En la verdad i la paz

Bajo la mirada maternal de María, la Madre de Jesús, comenzamos un año nuevo, el año de gracia de 2006. Hoy celebramos la fiesta mariana por excelencia del ciclo de Navidad: la divina maternidad de María. Todo en la vida y en las prerrogativas de María está en función de este hecho: ella es la madre de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre y nacido de una mujer, él es el Enmanuel, el Dios con nosotros. Pero este comienzo de un nuevo año civil coincide también con la XXXIX Jornada Mundial de la Paz, que este año tiene como lema "En la verdad, la paz". El Santo Padre Benedicto XVI publicará un mensaje sobre esta jornada, como hacía su antecesor, dándonos una rica doctrina sobre este problema tan fundamental de las relaciones internacionales y de las relaciones en el interior de los países y de las comunidades humanas en diferentes niveles. El hecho mismo de relacionar la paz con la verdad ya es indicativo del temple intelectual de Benedicto XVI, que, como hizo su antecesor en el nombre, el Papa Benedicto XV, ha asumido el fomento de la paz como una dimensión importante de su servicio a la Iglesia y al mundo. Hemos celebrado hace poco los 40 años de la terminación del Concilio Vaticano II. El tema de la paz fue tratado por el Concilio en una de sus cuatro constituciones, concretamente en la titulada Gaudium et Spes, en la que el Concilio trata de las cuestiones principales del servicio de la Iglesia al mundo contemporáneo. La Gaudium et Spes afirma que la humanidad "no puede llevar a cabo la obra que le corresponde, es decir, la construcción de un mundo más humano para todos los hombres, en todos los lugares de la tierra, a no ser que todos, con espíritu renovado, se conviertan a la verdad de la paz" (n. 77). Para los cristianos, Cristo es la verdad y Cristo es también nuestra paz. La constitución conciliar Gaudium et Spes, que ha sido acusada de ser demasiado optimista, en realidad es muy realista y a veces incluso dramática, como lo es la vida y el mundo. Por ejemplo, cuando reconoce la realidad de nuestra condición humana: somos unos seres creados y contingentes, con una indudable dignidad y grandeza, pero también con una gran fragilidad, tanto en nuestro ser como en nuestras relaciones personales y en nuestras relaciones entre comunidades y países diversos. Por esto, dando pruebas del realismo cristiano, el Concilio, después de hablar de la monstruosidad de la guerra y de la nobilísima aspiración de las personas y de los pueblos a la paz, "llama fervientemente a los cristianos a cooperar con todos los hombres, con el auxilio de Cristo, autor de la paz, para fortalecer entre ellos la paz en la justicia y el amor, y a preparar los medios para la paz" (n. 77). También reflejan un profundo realismo estas otras palabras: "En la medida en que los hombres son pecadores, les amenaza, y les amenazará hasta la venida de Cristo, el peligro de guerra; en la medida en que, unidos por la caridad, superan el pecado, se superan también las violencias hasta que se cumpla la palabra: 'De sus espadas forjarán arados y de sus lanzas podaderas. Ninguna nación levantará ya más la espada contra otra y no se adiestrarán más para el combate.' (Is 2,4)" Si nos esforzamos por vivir la coherencia entre la fe cristiana y la vida, si nos proponemos cada día ser más justos con Dios y con el prójimo, si nos esforzamos lealmente para acercarnos a la verdad de las personas y de las situaciones colectivas, podemos esperar que Dios nos bendecirá con la paz entre las personas y los pueblos. Pidamos a Dios el don de la paz durante este año que comienza, tanto para las personas como para los pueblos. +Josep  Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa