Enviados a reconciliar

ESCUDO EPISCOPAL SAIZ

El próximo sábado celebramos la fiesta de San José y este domingo se celebra el Día del Seminario, ya que el día 20 de marzo, es el domingo de Ramos, pórtico de la Semana Santa. «Enviados a reconciliar» es el lema de la Campaña del Día del Seminario en este Año Jubilar de la Misericordia.

El Papa Francisco está impulsando una pastoral misionera con la finalidad de que la Iglesia salga al encuentro de todos los hombres. El sacerdote es enviado especialmente para propiciar dicho encuentro. Eso significa, en primer lugar, pasar de una acción pastoral sedentaria y estática, a otra abierta y dinámica, más itinerante. El trabajo pastoral debe concretar ese proceso misionero permanente que quiere ir hacia todos y llegar a todos, y que se verifica en el deseo por llegar a los últimos, a los olvidados, que Dios no olvida, por cierto. La vida de la Iglesia se realiza por una parte viviendo la comunión que congrega al pueblo fiel y, por otra parte, viviendo la misión que proyecta hacia el mundo. Por eso en nuestra pastoral se da el doble movimiento permanente de ir hacia las periferias humanas y de reunirse en el centro que es Cristo. Es el doble movimiento de la misión y la comunión.

En esta pastoral misionera hemos de ser conscientes de la propia pobreza, del propio pecado, de que todos necesitamos de la gracia y de la misericordia de Dios. Ciertamente hemos recibido el don de la fe que nos ilumina y nos sostiene en la vida, y queremos compartir este regalo que llena de sentido nuestra existencia. La Iglesia, siguiendo el ejemplo del Señor,  practica la misericordia de Dios en dos grandes ámbitos: a través de la presencia afectiva y efectiva junto a los necesitados, y a través del sacramento del perdón, de la reconciliación. El pecado es justamente rechazar la comunión de vida con Dios y los hermanos. En definitiva, es rechazarle a Él personalmente ya sea directamente, ya sea a través de algo que no parece directamente contrario, pero que rompe el orden establecido por Él. Por el pecado se rompe la unidad, la armonía del hombre con Dios, consigo mismo, con los demás y con la naturaleza.

 Ahora bien, el amor de Dios es más fuerte que el pecado. Frente a la situación de rotura interior, de nostalgia de Dios; frente a la situación de fractura social a causa del egoísmo, del odio, de la soberbia, muchas personas sienten un deseo irrefrenable de curar fracturas, de cicatrizar heridas, de recomponer la unidad en todas las relaciones. Este deseo comporta en muchas personas una añoranza de reconciliación, a pesar de que no lo expresen con esa palabra. Aún sin saberlo, el ser humano tiende al retorno a Dios.

La reconciliación ha de ser, pues, tan profunda como lo es la división. Será eficaz en la medida que llegue a aquella primera rotura que es la raíz de las demás: el pecado. Dios envió a su Hijo, Jesucristo, para que todo el que crea en él, no perezca, sino que tenga vida eterna y la tenga en abundancia y fructifique en buenas obras. Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Así, el ser humano, perdonado y agraciado con el don de Dios, no sólo vence los obstáculos sino que debe, además, progresar y fructificar en obras de justicia y caridad.

El sacerdote está llamado a continuar la misión del Señor: ser testigo de la misericordia de Dios, que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva; su misión es construir en este mundo el Reino de Dios, Reino de justicia, de paz, de amor y de gracia. Os invito, pues, una vez más a rezar por las vocaciones al sacerdocio en este día.

+ Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa