Uno de los objetivos que se propone el Papa para toda la Iglesia durante el Jubileo extraordinario de la Misericordia que hemos iniciado en la fiesta de la Inmaculada es el de experimentar la misericordia de Dios. Y esto se vive sobre todo en el sacramento de la confesión o de la reconciliación. El Papa actual tiene una larga experiencia como confesor, un ministerio que ha ejercido en diversos momentos de su vida. Después de haber sido provincial y rector de la Facultad de Filosofía y Teología de San Miguel, fue destinado a la residencia de los jesuitas de la ciudad argentina de Córdoba. Allí dedicó muchas horas al ministerio del confesionario.
Esta práctica la mantuvo cuando fue nombrado primero obispo auxiliar de Buenos Aires y, más tarde, cuando Bergoglio fue nombrado arzobispo coadjutor con derecho de sucesión, al empeorar la salud del cardenal Antonio Quarracino, que era arzobispo residencial de la capital argentina. “Lo que más me gusta es poder confesar”, dijo a un periodista, que le preguntaba si le gustaba ser arzobispo coadjutor. Añadió que además de confesar en la Catedral, acostumbrada a ir el 27 de cada mes a confesar en la parroquia de San Pantaleón, en el barrio de Mataderos, y en la de San Cayetano, que es uno de los santos que acoge una mayor devoción popular en la capital del país. Y añadió: “Uno en el confesionario percibe la santidad del pueblo. Un hombre o una mujer muestran allí su dignidad de hijos de Dios, que se sienten pecadores y queridos con la misericordia del Padre”. También le gustaba confesar a los jóvenes cuando peregrinaban a la basílica de Nuestra Señora de Luján –patrona de Argentina-, porque es el modo de conocer los cambios de la sociedad, el modo como los jóvenes entienden el mundo.
Tanto como sacerdote y obispo primero y como Santo Padre después, el Papa ha dado a conocer que se confiesa cada quince días. En Buenos Aires, al asumir la condición de arzobispo declaró. “Yo me confieso con un sacerdote bastante mayor, en la iglesia de El Salvador, en la avenida Callao”. En la bula de convocatoria del Jubileo de la Misericordia, el Papa dedica varias reflexiones al ministerio de confesor, y a la práctica de la confesión “que nos permite experimentar en carne propia la grandeza de la misericordia. Será para cada penitente fuente de verdadera paz interior”. Y añade: “Nunca me cansaré de insistir en que los confesores sean un verdadero signo de la Misericordia del Padre”.
Tenemos que reconocer que vivimos inmersos en una cultura que tiende a diluir el sentido del pecado, a trivializar los actos humanos favoreciendo una actitud superficial e irresponsable que lleva a olvidar la necesidad de estar en gracia de Dios, en comunión con Dios y con los hermanos. De ahí que este Jubileo de la misericordia ha de ser la ocasión para que se produzca un cambio profundo en el corazón y en la vida de muchas personas. Eso será posible si experimentan el amor misericordioso del Señor. En ese proceso, los ministros de la misericordia han de transmitir la certeza de que el amor de Dios y su perdón son más fuertes que el pecado, y son capaces de convertir al pecador, de cambiarle el corazón, de regenerarlo y de retornarle su dignidad. Todos somos pecadores. La actitud personal de Jesús ante el pecador no es la de condenar sino la de salvar. No disculpa ni justifica la acción del pecado, pero otorga el perdón que produce la regeneración interior.
Deseo pues que este Año de la Misericordia nos ayude, como nos pide el papa, a redescubrir la importancia de este sacramento.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa