Francisco de Asís y Domingo de Guzmán (22/09/2019)

Un saludo y una oración desde Bolonia (Italia). Esta noche emprenderemos el viaje de regreso a casa. En nuestra peregrinación diocesana hemos tenido dos momentos particularmente significativos: la celebración de la Santa Misa de hoy, en la  basílica de Santo Domingo, en Bolonia, junto a su tumba; y el viernes pasado, la celebración junto a la tumba de san Francisco de Asís, en la basílica que lleva su nombre. Han sido unos momentos de especial oración por nuestra diócesis en los inicios del nuevo curso. Recordemos hoy algunos trazos de la vida de estos dos grandes santos.

 

San Francisco de Asís (1182-1226) vivió una juventud despreocupada, cultivando los ideales caballerescos de su tiempo. A los veinte años tomó parte en una campaña militar y cayó prisionero. Enfermó, fue liberado, y al regresar a Asís comenzó un proceso de conversión espiritual que lo llevó a cambiar radicalmente su estilo de vida. En esa época tiene lugar el episodio del mensaje del Cristo crucificado en la iglesia de San Damián, que le dice: "Ve, Francisco, y repara mi Iglesia en ruinas". Más adelante, renunció a la herencia paterna. En 1208, se sintió llamado a vivir en la pobreza y a dedicarse a la predicación.  Su ideal: ser como Jesús, contemplar a Cristo, amarlo intensamente, imitar sus virtudes.

 

Destaca en él la centralidad de Cristo y el amor a la Iglesia. Se siente llamado a vivir en la pobreza y a dedicarse a la predicación, siguiendo así a Jesucristo pobre y crucificado. Se caracteriza también por un gran amor y fidelidad a la Iglesia. No renueva la Iglesia sin el Papa o en contra de él, sino sólo en comunión con él. En san Francisco se armonizan la Iglesia fundamentada en la sucesión de los Apóstoles y el carisma nuevo que el Espíritu Santo suscita en ese momento para renovarla. En la vivencia de esa unidad se desarrollará la verdadera renovación. El amor  a la Eucaristía y a la Palabra de Dios también seran una constante en su vida; el sentido de la fraternidad universal y el amor a la creación son característicos de la espiritualidad franciscana, así como la vivencia de la perfecta alegría.

 

Santo Domingo de Guzmán (1170-1221) nació en Caleruega (Burgos) y murió en Bolonia. Canónigo de Osma, acompañó a su Obispo al norte de Europa y percibió dos enormes desafíos que debía afrontar la Iglesia: la existencia de pueblos sin evangelizar y los males causados por la herejía de los cátaros. De acuerdo con el Papa Inocencio III, se dedicó a la predicación de la verdad, acompañando la predicación del Evangelio con el ejemplo de una vida pobre y austera. Su espiritualidad es eminentemente apostólica y se lleva a la práctica a través de formas nuevas como la vida mendicante en pobreza, que permitía una mayor disponibilidad para el estudio y la predicación itinerante y a la vez ofrecía un testimonio concreto y visible.

 

Él busca la perfección desarrollando todos los medios de su vocación: centralidad de la eucaristía, valor de la confesión y el rezo del oficio divino; preocupación por la verdad de la fe y por la salvación de las personas; entrega generosa a la Iglesia y al servicio del Santo Padre. Pone un nuevo acento en el amor a la verdad, que se busca sobre todo en el contacto asiduo con la Sagrada Escritura, y también un nuevo ardor en el trabajo por la salvación del prójimo.  En santo Domingo, la vida apostólica va íntimamente unida a la vida contemplativa. Consideraba indispensables para la misión evangelizadora la vida común en la pobreza y el estudio. La vida comunitaria ayuda al estudio y a la oración, y facilita también el desprendimiento de los bienes de este mundo. El estudio en función del apostolado, como preparación al apostolado.

 

San Francisco de Asís y santo Domingo de Guzmán fueron dóciles a la acción del Espíritu Santo, colaboraron generosamente para que la gracia que habían recibido de Dios fructificara abundantemente, y de esa forma dieron una respuesta eficaz a los retos que la Iglesia y la sociedad de su tiempo planteaban. Que su intercesión nos ayude a hacer nosotros lo mismo en nuestras vidas y en la diócesis.

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa