En medio de la cuesta de enero, la Iglesia celebra este domingo la Jornada Mundial de las Migraciones. Después de ser, durante muchos años, un país de emigrantes, ahora hemos pasado a ser un país con un fuerte índice de inmigración. Y en nuestra diócesis esto es bien visible, ya que somos una zona con muchas industrias y, por lo tanto, con posibilidad de encontrar trabajo y poderse ganar la vida. Por esto, creo que esta jornada merece una reflexión sobre nuestro compromiso con las personas inmigradas que están entre nosotros.
El lema de esta jornada nos da una pista muy clara en este sentido: "La fraternidad va más allá de la ley". Este es el lema de la Campaña de Migración 2007-2009, en la que colaboran la Delegación de Acción Social y Migraciones y Cáritas Diocesana. El lema quiere expresar que el objetivo de la Jornada de las Migraciones y de la campaña que se ha preparado es conseguir que se creen vínculos de relación entre las personas autóctonas y las personas inmigradas, ya que "la fraternidad va más allá de la ley". La fraternidad evangélica siempre es creativa.
Obviamente, la ley es necesaria ante el fenómeno de las migraciones. Y hemos de desear y trabajar para que la ley esté al servicio de las personas, y no las personas al servicio de la ley. Estoy seguro de que los lectores comprenderán que este lema y este deseo tienen sus raíces en el espíritu cristiano, como lo encontramos vivido y expresado por el mismo Jesucristo en el Evangelio.
Hemos de tratar con espíritu fraterno a las personas que han venido a vivir entre nosotros estos últimos años. La mayoría han venido para encontrar un trabajo que les permita vivir con dignidad y mantener a su familia, que a veces ha tenido que quedarse en su tierra de origen. Otros han venido huyendo de países que viven las convulsiones de guerras o el drama del hambre. Cada una de las personas inmigradas tiene una historia, unas inquietudes, unas esperanzas. Hemos de reconocer que no lo tienen fácil. Se encuentran con dificultades de carácter legal, laboral, de vivienda; viven a menudo lejos de sus familias, de su esposa, de sus hijos. Se encuentran en un país con una lengua y unas costumbres nuevas para ellos. A veces topan con actitudes de desconfianza o de rechazo. La sociedad que las acoge ha de ser consciente de las aportaciones que realizan estas personas tanto en el orden humano como en el económico. Si en algún caso estas personas protagonizan hechos negativos o delictivos, no podemos juzgar a todo el colectivo por estos hechos puntuales. También es muy evangélica aquella sentencia que dice que "por sus frutos los conoceréis". No es justo que "paguen justos por pecadores". La mayoría de los inmigrantes se ganan la vida honestamente, con la esperanza de forjarse un futuro mejor.
Cataluña es un país de marca; es un país de paso con ventanas a todos los horizontes. Es un país abierto y con una gran capacidad de acogida y de integración, bien demostradas en el pasado y en el presente. La Iglesia que peregrina en nuestra tierra ha tenido un corazón abierto a los inmigrantes que llegaban aquí desde diversos puntos de España. Hoy los orígenes de la ola inmigratoria se han ampliado e incluso podríamos decir que se han globalizado. La actual inmigración es un fenómeno general y diversificado. Esto nos plantea unos retos nuevos y más difíciles que los de antes. Pero los cristianos hemos de estar abiertos a los signos de los tiempos y hemos de dar a éstos aquella respuesta que Jesucristo nos pide. Y Jesucristo nos pide acoger al inmigrante como un hermano, reconocer todo lo que nos aporta y, si es cristiano, acogerlo también como un hermano en la comunidad de la fe. Animo a todos a hacerlo, y doy las gracias a todos los que me consta que ya lo hacen.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa