En este domingo celebramos la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el día de la caridad. La Comisión Episcopal de pastoral Social de la Conferencia Episcopal Española ha publicado un mensaje que lleva por título: “La Eucaristía nos configura con Jesús compasivo y misericordioso”. . En esta ocasión, el Jubileo Extraordinario de la Misericordia debe ayudarnos a contemplar y adorar al Señor en el sacramento de la Eucaristía, y a la vez, a avanzar en el camino de la compasión. Un camino que Jesús recorre hasta el extremo de dar la vida y que para nosotros se hace presente en este sacramento.
Toda la vida y actividad de Jesús está henchida de su amor compasivo. Se acerca a los que sufren, alivia su dolor, toca a los leprosos, libera a los poseídos por el mal, los rescata de la marginación y los reintegra en la sociedad. Nosotros, contemplando el misterio de la Eucaristía hemos de vivir esa misma actitud del Maestro y hemos de fomentar una cultura de la compasión. Recordemos que el samaritano de la parábola (cf. Lc 10, 25-37) vio al herido y no se apartó del camino; al contrario, se fue acercando, fijó la mirada en el herido, y puso remedio a su situación. Nosotros también tenemos que fijar la mirada en el otro, estar atentos los unos a los otros. El mandamiento del amor a Dios y al prójimo nos lleva a tomar conciencia de los demás. Desde una mirada de fe estamos llamados a vivir en fraternidad, en familia, y eso se traduce en justicia y solidaridad.
En la vida, todos somos pobres de una u otra manera y atravesamos por dificultades y sufrimientos. Precisamente la experiencia personal del sufrimiento nos tiene que ayudar a ponernos en el lugar del otro, del pobre, del que sufre. La vivencia del dolor puede ser el camino para un despertar de sí mismo y fijar la mirada en los demás. Esa es la bienaventuranza de la compasión: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mt 5,4). Felices los que son capaces de salir al encuentro de los demás, conmoverse por su dolor y unirse a ellos en la búsqueda de los remedios pertinentes.
Es necesario que en nuestra sociedad tan impregnada de individualismo y egoísmo, se viva la responsabilidad “de unos sobre los otros”. La pregunta de Dios a Caín: «¿Dónde está Abel, tu hermano?», es la misma pregunta que ha de resonar en nuestra conciencia. Caín responderá con una evasiva: «No sé, ¿soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9). No ha de ser así entre nosotros, porque efectivamente, somos guardianes de nuestros hermanos, todos, los unos de los otros. Y no sólo somos guardianes de una forma genérica y difusa, sino que somos interdependientes, como granos de trigo llamados a formar un mismo pan, como hijos de Dios llamados a vivir en familia.
El papa Francisco nos recuerda que el lugar donde a Jesús se le podía encontrar con más facilidad era “por los caminos”. Y nos invita a percibir lo que el Señor siente en su corazón por la multitud, por las personas cansadas, extenuadas y heridas. Siente compasión, ternura, sobre todo hacia las personas excluidas: pecadores, enfermos, etc., ante las que es preciso tener proximidad, cercanía y servicio. Por eso hoy la Iglesia está llamada a ser «un oasis de misericordia».
Hoy presidiré la celebración del Corpus Christi en la parroquia de Sant Esteve de la Garriga. En esta población de nuestra diócesis se ha celebrado desde 1816, año de la primera referencia documental que existe. Felicitamos a la comunidad parroquial i a la villa por esta efemérides y nos unimos en la adoración de Cristo, presente en la Eucaristía, que nos lleva al encuentro del hermano necesitado.
+Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa