Hablemos de Dios (1)

            El “affaire” de los autobuses con frases publicitarias de sentido diverso sobre la existencia de Dios  y sobre la invitación a disfrutar de la vida presente está teniendo el efecto colateral de poner en la palestra, en el ámbito más público, el tema de la religión, de la fe, de Dios. No recuerdo ninguna ocasión en que la publicidad de los autobuses fuera portadora de un tema de tanta trascendencia.

Personalmente, no creo que éste sea el lugar más adecuado para plantear estas cuestiones. Pero el hecho está ahí y parece que la campaña se desplaza hasta otros países de Europa y que incluso saltará hasta el otro lado del Atlántico. Y, curiosamente, este hecho se produce en el marco de una cultura consumista como la nuestra, que tiende a eclipsar las inquietudes, los ideales y en el que, por lo menos aparentemente, cada vez tienen menos cabida las preguntas fundamentales, entre otras causas, por falta de tiempo y de silencio.

No voy a entrar en hacer valoraciones sobre las intenciones de los promotores de la primera campaña. Para empezar, quisiera reflexionar sobre la sociedad en la que todos, creyentes y no creyentes, nos movemos y vivimos, desde la mirada positiva que encontramos en la constitución pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II. Una mirada de realismo y de esperanza. No es difícil constatar en buena medida una especie de  absolutización del presente,   un planteamiento vital de diversión y de inmediatez, que genera el deseo de tener todo lo que quiero y disfrutarlo en seguida. Este planteamiento genera no pocas frustraciones y cansancios.

En esta sociedad nuestra todos corremos el peligro de perder los signos de identidad, de las tradiciones, de la propia historia, de nuestras raíces. También se observa una fragmentación interior, una dispersión, una falta de consistencia personal, que va de la mano de una especie de orfandad, por falta de puntos de referencia, ya sean familiares, o de tradición, o de maestros capaces de influir positivamente en las personas y en la sociedad.

Si a esto le unimos la afirmación de las libertades individuales, a las que difícilmente se les reconoce límites, se desemboca en el subjetivismo y en la autonomía desproporcionada del individuo frente a la pretensión de las instituciones que aspiran a darle pautas para comportarse y a regular sus actitudes. Es ésta una característica de la posmodernidad, que afecta no poco al ámbito religioso y a las creencias, como  la fe en un ser superior, en Dios.

  No seríamos justos si no recordáramos también aspectos positivos, tales como una mayor sensibilidad por la justicia y la promoción de los derechos humanos, un rechazo de la violencia y un mayor compromiso a favor de la paz. Se ha desarrollado en nuestra sociedad un sentido de solidaridad que se manifiesta en múltiples formas de voluntariado y de iniciativas de ayuda al Tercer y Cuarto Mundo.

 Crece, asimismo, la conciencia de que la conservación del planeta es importante y que la sostenibilidad es responsabilidad de todos. La sana ecología va ganando adeptos. Podemos afirmar de igual forma que han crecido las actitudes de diálogo y de tolerancia, de respeto a las personas y a las ideas, de aceptación del pluralismo y la diversidad. Una pedagogía, en suma, que se orienta más a la propuesta que a la imposición. Esto es de capital importancia de cara a la convivencia en nuestra nueva situación social, la que se está originando a causa de la realidad de los flujos migratorios.

En próximas semanas, Dios mediante, continuaremos esta reflexión sobre cómo los creyentes podemos vivir y dar testimonio de la fe en Dios en una sociedad como la nuestra.

 

+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa