II Peregrinación diocesana a Roma

ESCUDO EPISCOPAL SAIZ

El santo padre Francisco nos decía en su Carta para el Año de la Misericordia que los fieles «están llamados a realizar una breve peregrinación hacia la Puerta Santa, abierta en cada Catedral o en las iglesias establecidas por el obispo diocesano y en las cuatro basílicas papales en Roma, como signo del deseo profundo de auténtica conversión”. En todas las diócesis del mundo hay Puertas de la Misericordia a la que se puede peregrinar; incluso en los Centros Penitenciarios se puede recibir la indulgencia en las capillas y cada vez que atraviesen la puerta de la celda, dirigiendo el pensamiento y la oración al Padre.

El principal lugar de peregrinación durante este Jubileo es, lógicamente, Roma; por eso nos encontramos aquí 165 peregrinos de nuestra diócesis egarense. A mediados del siglo XIII, leemos en las Partidas de Alfonso X el Sabio que “romero” es el que “va a Roma” donde yacen los cuerpos de San Pedro y San Pablo, y que “pelegrino  tanto quiere decir el que va a visitar el sepulcro de Hierusalem  o el que anda en pelegrinaje a Santiago o a otros logares de la tierra”.

La vida es una peregrinación; el ser humano es un peregrino que busca conocimientos, experiencias, el sentido de su existencia, que busca la verdad, que busca a Dios. La vida es un camino que no se puede recorrer de modo solitario, individualista, sino que ha de ser un camino compartido,  en familia, en comunidad, en Iglesia. Así se va avanzando tanto para superar las dificultades y problemas como para disfrutar de los encantos que se van descubriendo. En nuestra peregrinación a Roma como en nuestra peregrinación a la casa del Padre es imprescindible no olvidar algunas indicaciones.

La primera es distinguir con claridad el objetivo de la peregrinación y la meta. Como seres humanos, somos viandantes, seres en camino hacia la eternidad, y caminamos por la fe. La meta última es Dios. Por eso a lo largo del camino no hay que perder el ritmo embelesándose con los encantos o bloqueándose ante los peligros. Los atractivos y las dificultades lejos de ser rémora, han de ser estímulo para llegar a la meta: Dios. Y no se puede llegar de cualquier manera; la peregrinación es un proceso de conversión, de purificación, porque Dios es santo y nos llama a la santidad.

Necesitamos también un buen sistema de posicionamiento global (GPS). Se trata de un sistema que permite determinar en toda la Tierra la posición de un objeto (una persona, un vehículo) con una gran precisión. Un buen GPS material y un buen GPS para el corazón. La Palabra de Dios, la oración, el buscar la voluntad de Dios, el servicio al hermano, serán la guía para no apartarnos del camino, para avanzar en la presencia del Señor, para superar las dificultades, para apuntar a lo esencial sin perder el tiempo en pequeñeces.

La peregrinación no funciona anárquicamente, sino en comunión y corresponsabilidad. El Espíritu Santo es el principio de unidad y de diversidad que alienta el caminar, que une a los peregrinos con Cristo y los une entre sí. La vivencia de la unidad no limita la vida y el dinamismo de la peregrinación porque valora los carismas y dones de todos, ya que el Espíritu que los dinamiza es el mismo. Una peregrinación, una familia, una Iglesia en la que cada uno tiene su misión, que con la gracia de Dios ha de desempeñar al servicio de todos. Un abrazo desde Roma a todos los diocesanos.

+ Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa