Justícia y Caridad.

Con esta carta terminamos la serie de escritos dedicados a la primera encíclica de Benedicto XVI. Recuerda el Papa cómo a partir del siglo XIX se planteó una objeción contra la actividad caritativa de la Iglesia. Los pobres no necesitan caridad, sino justicia, y la acción caritativa favorecería el mantenimiento de un  sistema vigente injusto, haciéndolo de alguna forma soportable y frenando de esa manera la rebelión y el potencial cambio hacia un mundo mejor. El marxismo presentó una revolución mundial como la solución para los problemas sociales. Pero esta utopía se ha desvanecido y hoy nos encontramos en un escenario nuevo de globalización en que la doctrina social de la Iglesia sigue proponiendo orientaciones que traspasan sus confines y que entran en diálogo con todas las personas e instituciones que se preocupan por el hombre y por el mundo.
La relación entre el compromiso por la justicia y el servicio de la caridad exige tener en cuenta dos aspectos. En primer lugar, la justicia ha de regir la vida social y el Estado, pero su concreción en estructuras sociales y estatales es competencia de la política. La creación de un orden justo de la sociedad y del Estado es un deber principal de la política y, por tanto, no puede ser una tarea inmediata de la Iglesia. La doctrina social católica ofrece una contribución a la formación de las conciencias, para que las verdaderas exigencias de la justicia sean realizadas. En segundo lugar, el amor, la caridad, siempre será necesaria, incluso en la más justa de las sociedades. Por más progreso material que se consiga, por más perfección que se alcance en el reparto de recursos y en la administración de la justicia, siempre habrá sufrimiento, siempre se producirán situaciones de necesidad afectiva, espiritual, y también seguramente se darán siempre nuevas formas de necesidad material
La tarea de establecer una sociedad más justa no es inmediatamente tarea de la Iglesia, sino del Estado y de la sociedad. Ahora bien, la Iglesia no debe quedarse al margen en la lucha por la justicia. El deber inmediato de trabajar por un orden justo es propio de los fieles laicos. Como ciudadanos del Estado que son, están llamados a participar en la vida pública, a configurar rectamente la sociedad, bajo su propia responsabilidad y cooperando con otros ciudadanos, viviendo su actividad política como consecuencia de su fe y como caridad social.   
El mundo actual está globalizado en muchos aspectos, especialmente en las comunicaciones. Se conocen con rapidez las necesidades y se dispone de más medios que nunca para la ayuda humanitaria. Surgen formas nuevas de colaboración entre entidades estatales, civiles y eclesiales, y también un voluntariado social con diversas formas y para diferentes servicios. Este fenómeno del voluntariado civil se une al crecimiento de nuevas formas de actividad caritativa en las Iglesias. La actividad caritativa de la Iglesia tiene un perfil característico ya que además de fundarse en la competencia profesional, lo debe hacer sobre la experiencia de un encuentro personal con Cristo, cuyo amor ha tocado el corazón del creyente, suscitando en él el amor por el prójimo. Todos somos responsables. Fijemos la mirada en los Santos que más se han entregado a los necesitados, sobre todo en María, madre del amor hermoso, siempre en servicio delicado a los demás. Dediquemos la vida a lo más importante, a la misión que más vale la pena, a la misión del servicio del amor.
 
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa