El segundo domingo de Cuaresma nos propone ya una anticipación de la Pascua hacia la que nos encaminamos. El evangelista San Lucas orienta este episodio a la muerte y resurrección de Jesús. Moisés y Elías están hablando de “su partida, que iba a cumplir en Jerusalén” y los discípulos ven “su gloria”, la gloria que se manifiesta sobre todo en el Cristo resucitado.
A los discípulos que ya han escuchado de boca del Maestro el primer anuncio de la Pasión, se les ayuda a hacer un cambio de mirada: el sufrimiento de Jesús, su muerte próxima, será el paso a su gloria. La presencia de Dios en la cruz abre una nueva puerta. No hay que negar la muerte, el sufrimiento, la injusticia, pero tampoco hay que quedarse en ellos, sino que hay que dar un paso más y abrir los ojos a la vida, a la visión de Dios, que es la plenitud de felicidad y el cumplimiento de la aspiración humana.
Pedro exclama. “Maestro, qué bien se está aquí”. Se está bien ciertamente en el monte del Tabor, pero hay que bajar al llano y ponerse en camino hacia Jerusalén. La marcha de Jesús hacia la Ciudad Santa, que dará comienzo a la larga sección “del viaje” del evangelio de Lucas va comenzar en breve (Lc 9,51).
Pero la reacción de Pedro nos revela algo que considero especialmente oportuno en este Año de la Fe: la alegría del encuentro con Cristo. Este es el objetivo de dicha iniciativa de Benedicto XVI, como nos lo confiesa él en la carta apostólica Porta fidei con estas palabras: “Desde el comienzo de mi ministerio como sucesor de Pedro, he recordado la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo” (Porta Fidei, 2).
En mis diversas intervenciones en esta Cuaresma -y aun antes de ella- insisto en tres objetivos del Año de la Fe para nuestra diócesis: convertirnos a Dios, revitalizar y formarnos en la fe e intensificar el testimonio de la caridad en este tiempo de crisis en el que tantas personas y familias pasan por situaciones de grave angustia y penuria.
No podemos dar por supuesta la fe. Hemos de trabajar por formarla, por hacerla viva; si está algo apagada, como las brasas bajo el rescoldo, hemos de revitalizarla. Quiera Dios que fuera cierta la intuición del poeta: “Creí mi hogar apagado; removí las cenizas, y me quemé la mano”.
Sí que hay mucha fe bajo las cenizas de la vida de muchas personas, pero hay que reactivar el calor de esas creencias algo apagadas. O revitalizarlas o asistir a su muerte. Porque nadie negará la lucidez del diagnóstico del Papa teólogo cuando escribe a propósito del Año de la Fe: “Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas” (Porta Fidei, 2).
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa