La Asunción de María, esperanza para el pueblo de Dios

El día 15 de agosto se celebra la más popular de las fiestas de María a lo lago de todo el año: su gloriosa Asunción al cielo. El Papa Pío XII, en el año 1950, definió la Asunción de Maria como verdad de fe con la bula Munificentissimus Deus, en la que afirma que la Virgen Inmaculada, "terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo". Esta verdad es la que celebramos en este día, en pleno verano, en el que muchas ciudades y pueblos de nuestra tierra celebran su fiesta mayor.

            Realmente la Asunción es una gran fiesta de María, una gran fiesta de la fe cristiana y una gran fiesta para la Iglesia. Es una gran fiesta de María porque es su tránsito a la gloria, a compartir el destino celeste de su Hijo. Es una gran fiesta para la fe, porque la Asunción nos hace presente la unión de María con Jesucristo. Esta unión, que se manifiesta ya desde la concepción del Salvador y en la participación de la Madre en la misión de su Hijo y sobre todo en su asociación al sacrificio redentor, no puede por menos de tener una continuación después de la muerte, con su glorificación en alma y cuerpo, en la totalidad de su persona.

            La fiesta de la Virgen de agosto expresa, en este sentido, un profundo realismo. Es el realismo de la salvación de Jesucristo. Lo que la fe nos promete lo contemplamos realizado en Cristo y en su madre, que es glorificada ya en su espíritu y en su carne, a imitación de su Hijo. Decía un obispo de nuestra tierra que María es la testigo privilegiada del realismo del misterio de la encarnación del Hijo de Dios y la garantía de que nunca se podrá reducir la fe cristiana a una ideología. La fe cristiana tiene su núcleo y su centro en la persona de Jesucristo. El gran teólogo que fue Hans Urs von Balthasar citaba, a este respeto, un pensamiento de la mística Adrienne Von Seyr: "Donde María está ausente, también Cristo se convierte en irreal y abstracto".

            Este es siempre el gran servicio de María a la fe de la Iglesia: llevarnos a Cristo, a reconocer la realidad de la encarnación del Hijo de Dios, que es primicia y garantía de la salvación y la glorificación integral de las personas y del mundo, como fruto de la resurrección del Señor.

            La fiesta de la Asunción es, por ello, un gran motivo de esperanza para toda la Iglesia, para todos los hombres y para todos los pueblos. Ella vive ya aquello que cada creyente, la Iglesia entera y toda la humanidad anhela vivir un día: la vida plena en Dios. Como dice el Concilio Vaticano II, María, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es "signo de esperanza firme y de consuelo para todo el pueblo de Dios que está todavía en camino" (LG 68).

            La liturgia de este día, en el himno de acción de gracias de la celebración eucarística (llamado prefacio), expresa bellamente esta realidad al poner en nuestros labios y en nuestro corazón el motivo de nuestro gozo, expresado en esta plegaria  dirigida a Dios Padre: "Porque hoy ha sido llevada al cielo la Virgen Madre de Dios; ella es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada; ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra. Con razón no quisiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro la mujer que, por obra del Espíritu, concibió en su seno al autor de la vida, Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro".

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa

 

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa