Mañana, 15 de agosto, celebramos la solemnidad de la Asunción de María al cielo. No es la fiesta más antigua de la Santísima Virgen, pero sí seguramentela más popular y una de las grandes fiestas marianas que compartimos con las Iglesias de Oriente. En medio del verano, en muchas localidades de Cataluña se celebra en ese día la fiesta mayor.
Celebramos la que ha sido llamada con toda razón “la Pascua de María”, ya que ella, terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo. Con la singularidad que esto fue definido como dogma de fe el año 1950 por el papa Pío XII. María comparte ya, en cuerpo y alma, la vida de su Hijo Jesús, la vida de la resurrección, aquella vida que, por gracia de Dios, todos esperamos gozar un día también plenamente y para siempre.
En este Año Santo de la Misericordia, pienso que hemos de meditar lo que enseñó el Concilio Vaticano II, que “María es signo de esperanza firme y de consuelo para el Pueblo de Dios que está en camino”. Que María es consuelo para nosotros, peregrinos hacia el cielo, lo vive el pueblo cristiano sobre todo mediante el título de María, Madre de Misericordia. Nos lo recuerda la bella oración de la Salve Regina, que comienza con estas palabras. “Dios te salve, reina y madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve”.
El pequeño libro Los santos en la misericordia, que se ha publicado como una ayuda para vivir el actual Año Santo, culmina con un capítulo muy bello titulado precisamente “María, Madre de Misericordia”. La misericordia es “el más estupendo atributo del Creador y del Redentor”, dijo san Juan Pablo II en su encíclica Dios, rico en misericordia (Dives in misericordia, n.13), un documento en el que se ha inspirado el papa Francisco para proclamar el actual Jubileo.
Nadie en la tierra ha experimentado de manera tan radical la misericordia como la Madre de nuestro Señor. María es la imagen de la ternura entrañable de Dios hacia sus criaturas. María acogió a su Hijo Jesucristo – Dios hecho hombre- con un amor maternal entrañable. Vivió la Pascua de su Hijo, en el dolor de la cruz y en el gozo de la resurrección. Como escribe el papa Francisco en Misericordiae vultus: “Elegida para ser la Madre del Hijo de Dios, María estuvo preparada desde siempre por el amor del Padre para ser Arca de la Alianza entre Dios y los hombres. Custodió en su corazón la divina misericordia en perfecta sintonía con su Hijo Jesús” (n. 24).
Esta sintonía de María con su Hijo queda expresada de manera singular y bellísima en la celebración de la Asunción. Estrechamente vinculada a la Pascua de Jesús, María, elevada a la gloria en cuerpo y alma, es glorificada y se convierte en motivo de confianza y de esperanza para todo el Pueblo de Dios. Deseo a todos, por ello, una gozosa fiesta de la Asunción de María.
+ Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa