La Buena Nueva de la familia

  Esta semana van a tener lugar en Valencia dos importantes acontecimientos, relacionados entre sí, pero distintos: un congreso sobre la familia y el V Encuentro Mundial de las Familias. Ambos hechos serán clausurados por el Papa Benedicto XVI, que estará entre nosotros los próximos sábado y domingo. Como han observado algunos comentaristas, este es un viaje apostólico al servicio de la familia. Deberemos estar muy atentos a su mensaje.
    El Consejo Pontificio para la Familia es el organismo de la Santa Sede al servicio de la familia y es el organismo responsable del encuentro mundial de familias que va a celebrarse en Valencia. Recientemente, este organismo ha cumplido su vigésimo quinto aniversario y con este motivo ha publicado un documento en el que propone una reflexión sobre el "valor universal de la familia". Se trata de un aspecto original y desde luego oportuno en estos tiempos de globalización y de encuentro entre religiones y culturas.
    La familia cumple su misión en numerosas y diferentes culturas en todo el mundo, pero en todas partes el futuro de la humanidad se fragua siempre en la familia. La doctrina de la Iglesia presenta a la familia, en todas partes, como la célula y el núcleo vital de la sociedad. Así lo afirma explícitamente el Vaticano II: "La familia ha recibido de Dios la misión de ser la célula primera y vital de la sociedad" (AA, 11); al tiempo que proclama que "constituye el fundamento de la sociedad" (GS, 52). Pablo VI y Juan Pablo II utilizaron en repetidas ocasiones esta analogía y también lo hace el Catecismo de la Iglesia católica, que califica a la familia como "célula original de la vida social". Esto significa que la familia es el elemento primario y fundamental de la sociedad.
    Me parece oportuno insistir un poco en esta metáfora, tomada del mundo de la biología. ¿Qué queremos decir al afirmar que la familia es la célula original de la vida social? Las células crecen, generan nuevas células y aportan sus cualidades al organismo del que forman parte. De modo semejante, la familia está también llamada a facilitar el crecimiento humano de sus miembros, es el lugar adecuado para generar nuevas vidas y llevarlas a su pleno desarrollo humano mediante la tarea educativa y, con su existencia y su misión, la familia contribuye al bien de toda la sociedad. La verdadera familia es, por ello, una Buena Nueva -una buena noticia- tanto para la Iglesia como para las diversas sociedades y culturas en las que está integrada.   
    De ello se derivan dos exigencias. Una es la fidelidad a la auténtica familia fundada sobre el matrimonio, y en especial a la unidad y la indisolubilidad de esta institución. La Iglesia tiene en cuenta los datos de la realidad social sobre la familia como datos a considerar y, si es oportuno,  juzgar, pero no como pautas obligadas de comportamiento. El que haya muchos divorcios y bastantes uniones no matrimoniales, pongamos por caso, es la descripción social de una realidad, pero esto no indica la norma a seguir. La situación sociológica de la familia en un determinado país y en un cierto momento histórico únicamente indica lo que acontece, pero no lo que la familia está llamada a ser, lo que ella ha de ser para ser una buena noticia para el mundo.
    La otra exigencia demanda, en especial a la Iglesia católica, plantearse con realismo qué estrategias han de poner en práctica y qué clase de ayudas hay que prestar a las familias de una determinada sociedad para que éstas puedan cumplir su misión en medio de los cambios culturales acelerados que hoy se viven en casi todas partes.

+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa  
Esta semana van a tener lugar en Valencia dos importantes acontecimientos, relacionados entre sí, pero distintos: un congreso sobre la familia y el V Encuentro Mundial de las Familias. Ambos hechos serán clausurados por el Papa Benedicto XVI, que estará entre nosotros los próximos sábado y domingo. Como han observado algunos comentaristas, este es un viaje apostólico al servicio de la familia. Deberemos estar muy atentos a su mensaje.
    El Consejo Pontificio para la Familia es el organismo de la Santa Sede al servicio de la familia y es el organismo responsable del encuentro mundial de familias que va a celebrarse en Valencia. Recientemente, este organismo ha cumplido su vigésimo quinto aniversario y con este motivo ha publicado un documento en el que propone una reflexión sobre el "valor universal de la familia". Se trata de un aspecto original y desde luego oportuno en estos tiempos de globalización y de encuentro entre religiones y culturas.
    La familia cumple su misión en numerosas y diferentes culturas en todo el mundo, pero en todas partes el futuro de la humanidad se fragua siempre en la familia. La doctrina de la Iglesia presenta a la familia, en todas partes, como la célula y el núcleo vital de la sociedad. Así lo afirma explícitamente el Vaticano II: "La familia ha recibido de Dios la misión de ser la célula primera y vital de la sociedad" (AA, 11); al tiempo que proclama que "constituye el fundamento de la sociedad" (GS, 52). Pablo VI y Juan Pablo II utilizaron en repetidas ocasiones esta analogía y también lo hace el Catecismo de la Iglesia católica, que califica a la familia como "célula original de la vida social". Esto significa que la familia es el elemento primario y fundamental de la sociedad.
    Me parece oportuno insistir un poco en esta metáfora, tomada del mundo de la biología. ¿Qué queremos decir al afirmar que la familia es la célula original de la vida social? Las células crecen, generan nuevas células y aportan sus cualidades al organismo del que forman parte. De modo semejante, la familia está también llamada a facilitar el crecimiento humano de sus miembros, es el lugar adecuado para generar nuevas vidas y llevarlas a su pleno desarrollo humano mediante la tarea educativa y, con su existencia y su misión, la familia contribuye al bien de toda la sociedad. La verdadera familia es, por ello, una Buena Nueva -una buena noticia- tanto para la Iglesia como para las diversas sociedades y culturas en las que está integrada.  
    De ello se derivan dos exigencias. Una es la fidelidad a la auténtica familia fundada sobre el matrimonio, y en especial a la unidad y la indisolubilidad de esta institución. La Iglesia tiene en cuenta los datos de la realidad social sobre la familia como datos a considerar y, si es oportuno,  juzgar, pero no como pautas obligadas de comportamiento. El que haya muchos divorcios y bastantes uniones no matrimoniales, pongamos por caso, es la descripción social de una realidad, pero esto no indica la norma a seguir. La situación sociológica de la familia en un determinado país y en un cierto momento histórico únicamente indica lo que acontece, pero no lo que la familia está llamada a ser, lo que ella ha de ser para ser una buena noticia para el mundo.
    La otra exigencia demanda, en especial a la Iglesia católica, plantearse con realismo qué estrategias han de poner en práctica y qué clase de ayudas hay que prestar a las familias de una determinada sociedad para que éstas puedan cumplir su misión en medio de los cambios culturales acelerados que hoy se viven en casi todas partes.

+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa 

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa