La cruz de Cristo, totalidad de significado

            Entramos hoy en la Semana Santa. Es el punto culminante de la vida de Cristo, con su cruz, su muerte y su resurrección. He pensando que hoy nos pueden ayudar a adentrarnos en las celebraciones de estos días algunas de las ideas expuestas por el genio de Blas Pascal en su obra Pensamientos, que es una introducción al cristianismo inteligente y muy válida todavía hoy. Pascal impresiona por su gran lucidez en el análisis de las contradicciones del ser humano, definido por él como una “caña pensante entre dos infinitos, el infinito de lo inmensamente grande y el infinito de lo inmensamente pequeño”. El hombre es un ser contradictorio, que encierra a la vez grandeza y bajeza.

            Los hombres somos “incapaces de llegar a Dios” y, si Dios no viene a nosotros, no podemos tener ninguna comunicación con Dios. Por esto Dios se ha hecho hombre para unirse a nosotros. Para Pascal –por sorprendente que esto pueda resultar para el hombre de hoy-  el dogma del pecado original es, siguiendo su razonamiento, la hipótesis que ilumina y descifra la condición humana. Sin embargo, no es la última y más poderosa luz sobre el ser humano. El dogma del pecado original ha de ser a su vez iluminado por los dogmas de la encarnación y de la redención.

            El pecado original ilumina negativamente, por decirlo así, la distancia que nos separa de nuestra verdadera naturaleza de hijos de Dios, como una realidad perdida. Pero sólo Cristo restaura la semejanza con Dios, alterada por el pecado, mediante su vida, su pasión, su muerte y su resurrección, con las que nos muestra y nos confiere la vida de hijos de Dios. Cristo es el nuevo Adán. Cristo es verdaderamente la totalidad de significado del hombre. El hombre no se descubre a sí mismo y no se realiza más que en Jesucristo crucificado y resucitado. En él el pecado es asumido, expiado y superado.

Cristo es el “hombre nuevo” en el que adquiere su plena luz la vocación y el misterio del hombre. Uno de los textos más citados del Concilio Vaticano II tiene un claro sabor pascaliano: es aquel de la constitución Gaudium et Spes n. 22, en que dice que “en realidad el misterio del hombre sólo se ilumina verdaderamente en el misterio del Verbo Encarnado”. El hombre ha sido definido por algún filósofo como el “ser para la muerte”. En Cristo se nos muestra que esa muerte es un pasaje, un tránsito –una pascua- que conduce a la comunión eterna con Dios, en la que el ser humano encuentra su plena realización y su plenitud.

Eso es lo que los cristianos celebramos estos días santos. Mi mayor deseo es que los vivamos con atención e intensidad para que la luz de Cristo pueda estos días alumbrar los corazones de los creyentes, para que alcance a todos cuantos buscan luz y sentido para sus vidas. Y les pido que no duden en acercarse a las iglesias y a las diversas comunidades cristianas, aunque no lo hagan habitualmente. Estoy seguro de que en ellas van a encontrar una acogida fraterna y una respuesta a sus inquietudes más profundas.

 

+ Josep Àngel Saiz Meneses

 

Obispo de Terrassa 

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa