LA CUARESMA DEL AÑO DE LA EUCARISTÍA

Cuaresma es tiempo de oración, de desierto, de buscar el encuentro con Cristo. Contemplar su rostro, entrar en la intimidad con Él, serán tareas indispensables para recibir su luz, para transparentarlo a los demás. El Santo Padre Juan Pablo II nos propone en Novo millennio ineunte los dos grandes medios para conocer y amar a Jesús: las Escrituras, en especial los Evangelios, y la Eucaristía: A dos mil años de distancia de aquellos acontecimientos, la Iglesia los revive como si hubieran acaecido hoy (NMI, 28).

Jesús cumple su promesa de estar con nosotros cada día hasta el fin del mundo: El está con los enfermos que sufren, identificado con su dolor; El está identificado también con los pobres y desvalidos; El está convocándonos, llamándonos, convirtiéndonos como Palabra viva en las palabras de los Evangelios que narran lo que hizo hace 2000 años y lo que quiere hacer hoy en nosotros. Así debemos leer, por ejemplo, el episodio de la Transfiguración, en el que Cristo nos toma con él para que contemplemos su rostro refulgente, y una vez pasado este momento de luminosa oración, nos envía en medio del mundo con la responsabilidad de testimoniarle con nuestra vida y con nuestra palabra. Cada semana escuchamos y meditamos la palabra de Dios que va transformando nuestra vida. Cada semana nos encontramos con Cristo, Palabra del Padre, que viene a salvarnos.

A la vez, cada semana Cristo se nos hace encontradizo en la Eucaristía como a los discípulos de Emaús, como a Pedro o a la Magdalena. Cristo, en persona, nos dice que seremos felices si tenemos limpio el corazón, si tenemos piedad o misericordia y si trabajamos por la paz. Cada domingo Cristo en persona, se nos da a conocer en el encuentro gratuito de la Común Unión y se nos da como alimento. De ahí la necesidad de afirmar la Presencia real de Cristo en la Eucaristía, sin la cual no habría ni encuentro vivo y real, ni comunión de conocimiento, amor y vida.

El Año Litúrgico, basado en la Eucaristía y la misma Eucaristía dominical son los ejes de la Espiritualidad de la Iglesia. Nos encontramos celebrando el año de la Eucaristía. La presencia de Jesucristo en el sagrario es un gran regalo que recibimos para que se muestre a las claras que nuestra oración consiste en abrir el corazón ante el Señor. Como el discípulo amado, el que ora ante el Sacramento del altar sabe decir con fe: Es el Señor, y también Señor mío y Dios mío, expresiones ambas del Evangelio de san Juan que expresan nuestra fe en la presencia real. El pan eucarístico es el signo de una presencia que busca siempre interlocutores creyentes que estén movidos por el deseo del encuentro y de la identificación con el Señor Jesús. Este es el clima propicio para la adoración y la acción de gracias, pero también para la súplica que va repasando las necesidades de los que están en situaciones especialmente difíciles o están en riesgo de alejarse de Cristo o, tal vez, en el camino que conduce a la alegría de la fe. Adoración, alabanza, acción de gracias y súplica encuentran ante el Señor su momento y situación siempre complementaria, basada en la fe que confía en Dios y en el Señor Jesús (cf. Jn 19, 1).

+Josep Àngel Saiz Meneses, Obispo de Terrassa

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa