La despedida de Edith Stein

            En el domingo de la Santísima Trinidad celebramos en la Iglesia el Día “Pro Orantibus”, es decir, la jornada de recuerdo, afecto y ayuda a los hombres y mujeres que han seguido la vocación monástica, la vida claustral. Son los religiosos y religiosas de vida contemplativa. Se ganan el sustento con su modesto trabajo, pero su oficio –valga la palabra- es la plegaria, la plegaria de alabanza a Dios y la plegaria de intercesión por las necesidades de sus hermanos y hermanas, los hombres y mujeres de todo el mundo.

            Al ponerme a redactar estas líneas, y pensando en ellas y en ellos, domina en mi espíritu un sentimiento de gratitud. Deseo darles las gracias por su sacrificio, por su vocación, por el servicio que nos prestan a todos. Hermanas y hermanos, vosotros sois los testigos de que lo único realmente importante es Dios y amarle, adorarle y servirle cada uno desde su camino, desde su vocación, pero vosotros todos nos lo decís con vuestra vida.

            Gracias por los sacrificios que habéis hecho y que hacéis por todos, en la profunda realidad de la llamada “comunión de los santos”.

Como modesto homenaje, deseo transcribir una página de la vida de la filósofa judía Edith Stein, canonizada por Juan Pablo II y que actualmente es una de las patronas de Europa, su nombre religioso es: Teresa Benedicta de la Cruz. Su profesión religiosa: Carmelita descalza.

Sólo me voy a referir al momento de la despedida de su madre, una gran mujer, madre de once hijos, viuda todavía joven, que llevó adelante el negocio de maderas de su difunto esposo. Cuando Edith se dispone a ingresar en el Carmelo de Colonia su madre tiene 84 años. “Era completamente imposible tratar de hacérselo comprender a mi madre”, escribió Edith a su amiga Conrad-Martius. “Ella permaneció en sus trece, y yo no contaba más que con la confianza en la gracia de Dios y en la fuerza de nuestra oración. Me ayudaba en alguna manera el pensar que también mi madre era creyente y que seguía siendo de una naturaleza resistente”.

Más tarde, Edith escribió en su diario que el 12 de octubre de 1933, día de su cumpleaños, acompañó a su madre al culto sinagogal, “porque quería estar con ella el mayor tiempo posible”. Y prosigue así: “Mi madre me pidió que volviéramos a casa andando. ¡Aproximadamente tres cuartos de hora con 84 años! Yo tuve que avenirme a su petición, pues me di cuenta de que ella deseba hablar conmigo sin que nadie nos molestara”.

Edith recogió también los detalles de aquel día difícil: “Al final, nos quedamos solas en la habitación mi madre y yo… Entonces ella escondió el rostro entre sus manos y rompió a llorar. Yo me coloqué detrás de su silla y estreché su cabeza plateada contra mi pecho. Permanecimos así largo tiempo, hasta que me dijo que quería ir a la cama. Subí con ella a su habitación y la ayudé a desvestirse, ¡por primera vez en mi vida! Después me senté en su cama, hasta que ella me mandó a dormir. Seguramente ninguna de las dos pegamos ojo aquella noche”.

Dos días después, el 14 de octubre, entraba Edith Stein en el Carmelo de Colonia, del que saldría con su hermana Rosa para trasladarse a un Carmelo de Holanda, con objeto de salvarlas de la persecución del nazismo contra los judíos. Como es sabido, este noble intento no tuvo resultado. Y Edith y su hermana murieron  en las cámaras de gas de Auschwitz en agosto de 1942. No tengo mucho que añadir a esta página tan humana y tan emocionante. Sólo deseo terminar así: Gracias, hermanas y hermanos de vida contemplativa, por todo lo que habéis ofrecido a Dios y por lo que hacéis por todos. Rezad por todos nosotros.

 

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa