Recientemente me preguntaba un periodista si la figura de Jesucristo era tan relevante como nos parecía en la Iglesia. Para él era simplemente un personaje histórico importante. Mi respuesta fue un tanto extensa como para transcribirla aquí, pero se resume en que no era un personaje histórico importante más, no era un maestro espiritual más, sino el Hijo de Dios, que se encarna, da la vida y resucita por nuestra salvación y que está presente en la Iglesia hasta el final de los tiempos. Y llena tanto la vida de una persona, que continuamente conozco casos de jóvenes que después de un encuentro con él lo dejan todo y marchan de misioneros a tierras lejanas o entran en un seminario o se encierran de por vida en los muros de un convento. Sólo desde la experiencia profunda de encuentro con Cristo se puede entender una decisión así.
Hoy celebramos en la Iglesia la llamada Jornada "Pro Orantibus", un día en que vivimos la solidaridad de las comunidades cristianas con los monasterios de vida contemplativa, con los monjes y las monjas que dan en nuestro mundo un testimonio de fe, de silencio, de oración por todos. Por ello, en esta jornada me es muy grato tener un recuerdo lleno de gratitud por las comunidades de vida contemplativa que tenemos en nuestra diócesis y en toda la Iglesia. Ellas son un ejemplo de solidaridad con toda la Iglesia y con el mundo, porque su vida está entregada a Dios y también a todos sus hermanos de la comunidad humana.
Con toda razón, recordamos a los que siguen esta vocación de plena entrega a la adoración y a la plegaria en el domingo dedicado a la Santísima Trinidad, al misterio del Dios uno y trino. El lema escogido para esta jornada es "Un silencio elocuente: la vida consagrada en el lenguaje de Dios". Hoy contemplamos el amor de Dios que se nos ha manifestado plenamente en Jesucristo, que, como dice san Juan de la Cruz, es la Palabra del Padre salida del silencio, la Palabra definitiva de Dios Padre al mundo, que se hace viva y operante en el mundo por la acción del Espíritu Santo. Este don de Dios es el verdadero corazón de toda comunidad cristiana, como es también el corazón de la fe de todo creyente en el orden personal. Y este don se nos hace presente en la Palabra de Dios, en los sacramentos y, de modo especial, en la Eucaristía.
En Cristo, las personas consagradas a Dios hacen de toda su vida un don, una ofrenda al Padre por el bien del mundo, y encuentran en la celebración eucarística y en la adoración la fuerza para el seguimiento de Cristo obediente, pobre y casto. De esta manera, en su vida se expresa la que es la vocación de todo bautizado: vivir una vida entregada al servicio de Dios y de los hermanos, en la diversidad de vocaciones humanas y cristianas. Por eso, hoy, de una manera especial, sentimos, agradecemos y expresamos nuestra solidaridad espiritual y también humana con las comunidades de vida contemplativa. Ellas son, para toda nuestra comunidad diocesana, "un silencio elocuente", un mensaje que habla, más que con palabras con el hecho de sus vidas entregadas plenamente a Dios.
Esta tarde, conferiré el diaconado a Carles Cahuana y a Josep Maria Cot, dos jóvenes seminaristas de nuestra diócesis que han seguido la llamada del Señor por el camino del sacerdocio. Ellos han de ser hombres de oración profunda y, como enseñaba santo Domingo de Guzmán, llevar a los demás aquello que han contemplado.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa