¿Qué papel han de desempeñar los padres en la educación de los hijos? ¿Cómo han de intervenir? ¿O se trata sobre todo de acompañar y de respetar la autonomía de los hijos? ¿Hay que ser autoritario y riguroso? ¿O más bien hay que actuar con los hijos como un amigo, un compañero o un hermano mayor?
El Concilio Vaticano II, en su declaración sobre la educación cristiana Gravissimum Educationis (cf. n. 3), resalta con claridad y contundencia la "gravísima obligación" que tienen los padres de educar a sus hijos y dice que, si esta misión de los padres falta, difícilmente puede suplirse. "Es, pues, obligación de los padres formar un ambiente familiar animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos. La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, de las que todas las sociedades necesitan".
El Vaticano II es muy claro cuando dice que "la misión de educar, que compete en primer lugar a la familia, requiere la colaboración de toda la sociedad" y en este sentido menciona "ciertas obligaciones y derechos que corresponden también a la sociedad civil, en cuanto a ella pertenece disponer todo lo que se requiere para el bien común temporal".
El papel de los padres en la educación es fundamental. Y al decir fundamental no me refiero a que sea muy importante; me refiero a que es importantísimo y es el fundamento, la base, el principio y el cimiento sobre el que se funda el futuro, la raíz y la fuente de lo que vendrá después. Los padres han dado la vida a los hijos y tienen la obligación, el deber inalienable de educarlos. Cierto es que la situación de nuestra sociedad occidental lleva a las prisas, al estrés, a la falta de tiempo para dedicar a los hijos, a la falta de comunicación y de diálogo. Pero educar un hijo es la obra principal que unos padres llevan a cabo en su vida. A la vez es un derecho intransferible, inalienable. Nadie puede usurpar ese derecho de los progenitores, por más que los Estados de tanto en tanto tengan la tentación de hacerlo.
Los padres son los primeros y principales educadores de sus hijos. Cuanto más pequeño es un niño más grabadas le quedan las experiencias. Por eso los padres y el entorno familiar son los que más influyen en la estructuración de la mente y de la personalidad del niño. La escuela de la vida comienza en el hogar. Las actitudes de respeto, el diálogo, la actitud de compartir, etc. es en el hogar familiar donde se aprenden y de empiezan a vivir.
La primera profesión, el primer trabajo y el más importante, porque es además una vocación, para los padres es educar a los hijos. Y esto lo pueden obtener propiciando un ambiente en que se vive el amor, la donación, la entrega, el desarrollo, la apertura a los demás y a Dios, la convivencia y la tolerancia, la solidaridad.
Soy consciente de la dificultad que entraña esta tarea. La semana pasada os decía que educar un hijo es una obra de arte, y las obras de arte no se improvisan. Pero en esta empresa los diferentes agentes que intervenimos en la educación no podemos rendirnos. Permitidme alguna recomendación sencilla y sabida, pero que conviene actualizar cada día: padres, en vuestra misión educativa poned mucho cariño, poned mucha paciencia, y no perdáis el sentido del humor.
+Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa