Estoy dedicando algunos de estos comentarios dominicales a la primera encíclica del Papa Francisco titulada “La luz de la fe”. Hoy deseo comentar el apartado dedicado a “la fe como fuerza que conforta en el sufrimiento” (Lumen fidei, 56 y 57). No hay vida cristiana sin cruz, como no hay tampoco vida cristiana sin resurrección. “El cristiano sabe que siempre habrá sufrimiento –dice el Papa-, pero que le puede dar sentido, puede convertirlo en acto de amor, en acto de amor y de entrega confiada en las manos de Dios, que no nos abandona y, de este modo, puede constituir una etapa de crecimiento en la fe y en el amor”.
“Incluso la muerte –añade el Papa- queda iluminada y puede ser vivida como la última llamada de la fe, el último ‘sal de tu tierra”, el último ‘Ven’ pronunciado por el Padre, en cuyas manos nos ponemos con la confianza de que nos sostendrá incluso en el paso definitivo”. San Ignacio de Loyola, en su profunda oración titulada Anima Christi, incluye esta petición relativa al final de nuestra peregrinación terrenal: In hora mortis meae, voca me et iube me venire ad te; es decir, “en la hora de mi muerte, llámame, y mándame venir a Ti”. La hora de la muerte, como la llamada definitiva del Señor, antes de entrar en la verdadera “tierra prometida”, la vida eterna.
“La luz de la fe no nos lleva a olvidarnos de los sufrimientos del mundo”, afirma también el Papa. Y lo confirma al decir que son innumerables los hombres y mujeres de fe que han recibido luz de las personas que sufren. Y cita a San Francisco de Asís –al que ha querido honrar el pasado viernes peregrinando a su ciudad- y a la madre Teresa de Calcuta, que servía a Cristo aliviando el dolor de los más pobres entre los pobres.
Hay dos personajes que siempre me han impresionado como testigos excepcionales de que la fe conforta ante los sufrimientos de la vida, incluso ante los más penosos. El primero es el médico psiquiatra austriaco Víctor Frankl, que conoció la trágica experiencia de los campos de concentración de Auschwitz y Dachau. Fundador de la Logoterapia, Frankl se acerca con gran sabiduría al homo patiens (el hombre doliente), y su teoría y su práctica son muy cercanas a la visión cristiana de la vida. Él nos dejó la confesión que lo peor que le puede ocurrir a la persona es perder el sentido de la vida y la fe y la esperanza, incluso como experiencias humanas. Quienes pudieron mejor resistir la experiencia de los campos de concentración, afirma, fueron aquellos tenían motivos humanos o religiosos para resistir y esperar.
El otro personaje es una santa cristiana, la filósofa y carmelita Edith Stein, canonizada por Juan Pablo II y declarada como una de las patronas de Europa, fue discípula de Husserl y analista profunda de nuestro san Juan de la Cruz. La carmelita Teresa Benedicta de la Cruz -este era su nombre en religión-, murió con su hermana Rosa en Auschwitz y antes, entre sus diversas obras filosóficas, nos dejó un estudio sobre el pensamiento y la vida de San Juan de la Cruz. Lo tituló “Ciencia de la cruz”, y en él glosa una sentencia cristiana clásica, que es todo un manifiesto en su misma escueta sencillez: “Ave crux, spes única”, o sea “¡Salve, oh cruz!, nuestra única esperanza”.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Bisbe de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa