El Domingo de Ramos, que abre las celebraciones de la Semana Santa, es todavía uno de los días con mayor asistencia de personas y de familias a la iglesia. Los fieles llenan las plazas y también los templos. Los niños y niñas acuden a ellos acompañados de los padres, abuelos y quizá padrinos. Es tradición bendecir la palma e incluso estrenar alguna cosa. El Domingo de Ramos es una fiesta. El buen clima de la estación primaveral también ayuda a este ambiente festivo.
En el escrito de la semana pasada me preguntaba: ¿Por qué hay que confesarse? Creo que puedo abrir este nuevo comentario, cuando entramos en la Semana Santa, con una nueva pregunta. ¿Por qué hemos de celebrar la Semana Santa? ¿Qué significa celebrar la Semana santa para nosotros, cristianos de hoy?
Mi deseo es que, después del pórtico festivo de la gran semana cristina del año, que celebramos hoy, no nos quedemos únicamente en él. Deseo invitar a quienes me lean o me escuchen a que den un paso adelante, a que entren en el templo especialmente en los grandes días de la Semana Santa: el Jueves, el Viernes y el Sábado santos.
La tarde del Jueves Santo comenzamos ya el Triduo Pascual celebrando la Eucaristía, que es como una anticipación de aquello que celebraremos en los días siguientes. Jesús nos deja el Pan y el Vino consagrados por su palabra, que serán su presencia para siempre en medio de la comunidad. A la vez, en el lavatorio de los pies, una ceremonia llena de simbolismo y sumamente comprometedora para quienes nos hemos sentido llamados a servir en la Iglesia, nos invita a vivir una entrega a los demás, semejante a la que Él vivió. El mensaje de esta ceremonia es muy válido para todos cristiano, sea sacerdote, religioso o religiosa, pero también si es padre o madre de familia, sea cual sea su servicio a la sociedad mediante su trabajo y su profesión.
El Viernes Santo nos reunimos en torno a la cruz de Cristo, en actitud de agradecimiento por su entrega a la muerte por la salvación del mundo. Contemplándolo y adorándolo, le manifestamos nuestra fe, nuestro amor y nuestra esperanza en el “Dios crucificado” –es decir, solidario con el hombre hasta la extrema donación- que hemos conocido en Jesús y que es fuente de vida inagotable, ahora y en la vida eterna.
El Sábado Santo es un día de silencio y de plegaria. Es un día para estar cerca del sepulcro de Jesús, sobre todo acompañando a María, su Madre, a la espera de escuchar el gozoso pregón de Pascua al comienzo de la Vigilia Pascual. “Esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo”, se canta en este exultante texto que es el Pregón pascual.
Os invito a no quedaros fuera del templo en estos días, después de bendecir la palma en el Domingo de Ramos. Pasad, pasad, pues, al interior de la iglesia. No lo dudéis. Es la casa de la comunidad cristiana, de la que formáis parte como bautizados. No sois extraños en ella. Os deseo una Semana Santa vivida en íntima unión con Cristo y Santa María.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa