El mundo que habitamos puede contemplarse con ojos distintos y cada punto de vista tiene su propia legitimidad. El tiempo veraniego, en especial para quienes pueden disfrutar de unas vacaciones, permite un mayor contacto con la naturaleza. Con las reflexiones que siguen deseo invitar a contemplar las cosas creadas desde una mirada cristiana. ¿En qué puede consistir esta mirada?
He tenido ocasión de leer la intervención que pronunció en la basílica de la Sagrada Familia de Barcelona el doctor Santiago del Cura Elena, titulada así: “Prendados de su hermosura: la belleza, reflejo de Dios y vía de acceso a la contemplación”. Este título se inspira en un pasaje del Cantico Espiritual de San Juan de la Cruz, en el que el alma humana se dirige a las criaturas con estas palabras: “¡Oh bosques y espesuras, / plantadas por la mano del Amado! / ¡Oh prado de verduras, / de flores esmaltado! / Decid si por vosotros ha pasado”. Petición a la que, por su parte, responden las criaturas dándonos la “mirada cristiana” a la que me he referido ante la belleza del mundo: “Mil gracias derramando / pasó por estos sotos con presura, / y, yéndolos mirando, / con solo su figura / vestidos los dejó de hermosura”.
Sin duda estamos ante un texto de una gran belleza estética y también teológica, obra de quien fue un gran poeta, un místico y un teólogo. ¿Cabe que el esteticismo sea una vía de escapatoria a la dureza de la vida humana? Sí que cabe, pero no creo que esta acusación pueda hacerse a Juan de la Cruz. En él la contemplación estética no puede ser sospechosa, porque supo conciliar la vía más honda de la purificación espiritual (“la noche oscura”) con la vivencia de una religiosidad profundamente estética, “para la que la hermosura es la fórmula más sublime de Dios”, como escribió el teólogo Urs Von Balthasar.
Estas últimas palabras nos llevan a la afirmación de que la belleza, para el creyente, es reflejo de Dios y vía de acceso a su contemplación. Pues la hermosura con que Dios vistió a la creación y con la que se ha dejado ver en el rostro de Jesucristo no sólo conduce a la admiración de quien se queda extasiado ante la belleza, sino que también produce la añoranza de llegar a la fuente de tanta hermosura e intensifica el anhelo de poder llegar a contemplar el rostro de Dios, fuente de tanta belleza en su mismo manantial originario.
Esto es lo mismo que afirmar la legitimidad de la llamada “via pulchritudinis” (la vía de la belleza) como aproximación al misterio inefable de Dios, como horizonte del discurso teológico donde descubrir y admirar su infinita belleza. Aprendimos en las clases de Metafísica que, en el ser, unidad, verdad y bondad coinciden. Y a estos tres elementos trascendentales, se añadía un cuarto: el trascendental “pulchrum”, lo bello. Quizá la hemos tenido demasiado olvidada esta cuarta categoría.
Hay que añadir que, felizmente, este olvido no ha sido completo. Ahí están, para corroborarlo, quienes han contribuido a elaborar una teología de la belleza. Y el profesor Santiago del Cura, en la Basílica de la Sagrada Familia, citó a cuatro teólogos ejemplares en esta línea: dos provenientes de la tradición ortodoxa oriental (Florensky y Endokimov) y otros dos de la tradición católica occidental (Guardini y Von Balthasar). Y en aquel contexto no podía olvidar a quien, en la arquitectura, escribió un himno de alabanza a Dios por la belleza de su creación: Antoni Gaudí.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa