Lourdes celebra este año un jubileo con motivo del 150 aniversario de las apariciones de la Virgen María a una chica limpia, sencilla, profunda y entregada: santa Bernardita Soubirous. De las 12 misiones u objetivos de dicho jubileo, una ha sido confiada a la Hospitalidad de la Virgen de Lourdes de las diócesis de Barcelona, Sant Feliu de Llobregat i Terrassa. Se trata de la que presenta la misión de la Iglesia al lado de las personas discapacitadas. Compartimos tal encargo con una entidad inglesa: la Organización de Peregrinaciones de Niños Discapacitados. Los próximos días –del 25 al 29 de este mes- celebraremos la 145 peregrinación a Lourdes de la Hospitalidad, peregrinación en la que tengo previsto participar.
Conviene que nos formulemos esta pregunta: ¿Cómo podemos cumplir la misión que se nos ha confiado de estar al lado de los discapacitados? Lo hemos de hacer a partir de una experiencia, la de Cristo, que nos hace reconocer la dignidad indiscutible de la persona discapacitada. Se trata de imitar aquello que en los Evangelios comprobamos que hace Jesucristo: se acerca a las personas que sufren, cura a los enfermos, consuela a los afligidos, se hace cargo de la situación de todo aquel con quien se encuentra en su camino. Son muy a menudo personas cansadas, agobiadas, sufrientes. Y no sólo se acerca al sufrimiento humano sino que también lo asume hasta las últimas consecuencias. Y por ello experimenta la fatiga, las penalidades materiales, las calumnias, la persecución, la pasión y la muerte.
Hemos de contemplar a Cristo que sufre voluntariamente con conciencia de que ha de recorrer el camino dispuesto por el Padre. Cristo responde así a la pregunta de Job y de tantos hombres y mujeres de la historia. Y responde no sólo con su palabra sino también con su propio sufrimiento.
Pero la vida de Cristo, entregada por amor hasta la muerte, no acaba en la cruz. Resucitado por el Padre llega, por la fuerza del Espíritu, hasta nosotros como principio y fundamento de nuestra propia resurrección. El amor redentor de Dios es más fuerte que la muerte. Desde Cristo resucitado se nos revela el futuro que el hombre puede esperar, el camino que puede conducirlo a su plenitud y la garantía última ante el fracaso, la injusticia y la muerte.
A la luz de Cristo comprendemos mejor que nuestra vida es un tesoro, una maravilla. Hemos de llenar cada instante de fe, de esperanza y de amor. Hemos de colaborar con nuestro esfuerzo de cada día a superar las dificultades, las penas y los miedos, y a construir un mundo un poco más luminoso y más humano. Por encima de todo, hemos de vivir la certeza de que a pesar del misterio del sufrimiento la vida merece la pena y mi humilde historia (me refiero a la historia de cada persona anónima) también, porque forma parte de una historia mayor que está custodiada por un Padre que es Amor y que me ama.
Tan sólo Dios conoce el valor de cada vida humana y los frutos que de ella pueden manar, como constatamos al contemplar la vida de aquella jovencita llamada Bernardita Soubirous. Ella es testimonio de los aspectos evangélicos que Lourdes siempre nos recuerda, como son la oración, la penitencia, la conversión, la gracia de Dios, la pobreza y la confianza en Dios. Estas actitudes nos ayudaran a caminar al lado de las personas discapacitadas, desde siempre acogidas con honor en Lourdes ya que son testigos de humanidad, personas a las que es necesario comprender y amar, siempre dispuestos a aprender de ellas y de su humanidad.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa