¿Tiene sentido, hoy día, hablar de indulgencias? El arzobispo Rino Fisichella, principal responsable de la organización del Año Santo actual en Roma abre el capítulo que dedica a la indulgencia jubilar con este pensamiento del cardenal Charles Journet, un reconocido teólogo sobre la Iglesia: “La doctrina de las indulgencias es una flor delicada, pero auténtica, del árbol siempre vivo de la doctrina cristiana”. Flor delicada, entre otros motivos, por estar muy presente en la polémica de Martín Lutero contra Roma.
El “Catecismo de la Iglesia Católica” nos ofrece esta definición que presenta los puntos esenciales: “La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados ya perdonados en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos” (n. 1471).
Más que entrar ahora en la explicación de cada uno de los aspectos de esa definición tan teológicamente técnica, deseo subrayar lo que afirma el arzobispo Rino Fisichella, que “la indulgencia debe entenderse a la luz del sacramento de la reconciliación y, en consecuencia, en el horizonte del amor y de la misericordia de Dios. Dicho brevemente, pensamos que es mejor hacer emerger en primer lugar el perdón de Dios más bien que el pecado del hombre. Este enfoque no es de poca monta y las consecuencias que derivan de él, también desde la perspectiva teológica y pastoral, no pueden ser ciertamente secundarias.”
Esto es precisamente lo que hace el Papa en el número 22 de la bula Misericordiae vultus, que es el que dedica a la indulgencia jubilar. Dice que la indulgencia es una manifestación más de la misericordia de Dios, tema central del año jubilar. Y respecto a la diferencia entre la “culpa” y la “pena temporal” hace esta explicación: “En el sacramento de la Reconciliación Dios perdona los pecados, que realmente quedan cancelados; y sin embargo, la huella negativa que los pecados tienen en nuestros comportamientos y en nuestros pensamientos permanece. La misericordia de Dios es incluso más fuerte que esto. Ella se transforma en indulgencia del Padre que a través de la Esposa de Cristo (la Iglesia) alcanza al pecador y lo libera de todo residuo, consecuencia del pecado, habilitándolo a obrar con caridad, a crecer en el amor más bien que a recaer en el pecado”.
Creo que hemos de ver la indulgencia como una expresión más de la misericordia de Dios y de la “comunión de los santos”. “Vivir la indulgencia en el Año Santo –lo dice Francisco- significa acercarse a la misericordia del Padre con la certeza que su perdón se extiende a toda la vida del creyente” (MV 22). Por eso, lo verdaderamente importante es vivir el Jubileo con la máxima intensidad, pidiendo al Padre el perdón y su indulgencia regeneradora, que nos sitúe como personas nuevas ante una nueva vida como hijos suyos, viviendo siempre en su amor y en su gracia. La indulgencia no es algo mecánico, ni algo que conseguimos por nuestras propias fuerzas. Es un don de Dios que recibimos en el seno de la Iglesia.
Como recordaba Pablo VI, “Las indulgencias confirman también la supremacía de la caridad en la vida cristiana. Pues no se pueden ganar sin una sincera metánoia (conversión) y unión con Dios, a lo que se suma el cumplimiento de las obras prescritas. Sigue en pie, por tanto, el orden de la caridad” (Indulgentiarum doctrina, 11).
Os invito, pues a experimentar el don de la indulgencia en este Año de la Misericordia.
+ Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa