Los inicios del mes de noviembre nos traen cada año a la memoria y a la oración nuestros antepasados. En la fiesta de Todos los Santos nos encomendamos a ellos confiando que, por la misericordia de Dios están ya con el Señor. Y al día siguiente, en la Conmemoración de todos los fieles difuntos, ofrecemos sufragios por aquellos que deban purificarse de sus culpas para acceder a la visión de Dios. Son dos celebraciones muy entrañables que responden a un deseo muy profundo del corazón humano: el recuerdo de quienes nos han precedido.
Este año hay un recuerdo colectivo muy presente en el espíritu de los diocesanos de Terrassa: las víctimas de las riadas de las que se han cumplido los cincuenta años. A lo largo del presente año tienen lugar muchos actos en la ciudad de Terrassa y en otras poblaciones afectadas. El significado que se ha querido dar a los actos organizados, además del recuerdo de un episodio trágico que conmovió la sociedad, quiere ser sobretodo un homenaje de piedad en memoria de las víctimas, una plegaria por todas ellas y por las personas que resultaron más afectadas por aquella catástrofe.
No es extraño que, aun habiendo pasado cincuenta años, el recuerdo de aquellas inundaciones, que sembraron la muerte y las ruinas sobre diversas poblaciones , nos conmocione interiormente y nos lleve a preguntarnos el pr qué de estas desgracias. Se trata de una pregunta tan antigua como la misma humanidad, una pregunta transversal que se han hecho los seres humanos a lo largo de su historia ante el problema del mal.
Hemos entrado ya en la celebración del Año de la Fe, promulgado en toda la Iglesia Católica por el Papa Benedicto XVI. Y es una oportunidad para plantearnos el problema de la existencia del mal en un mundo que, según nos enseña nuestra fe, fue creado por un Dios que es bueno y generoso y que –como dice el autor de La imitación de Cristo, “lo da todo y, sobretodo, desea darse a Sí mismo” (Libro I, cap. VII). Para darse a sus creaturas, este Dios bueno las creó libres, y esta condición llevaba inevitablemente el riesgo del mal, provocado por el pecado. Pero el mal no debe tener la última palabra en la creación hecha por un Dios bueno y por ello, la palabra que los cristianos tenemos ante el problema del mal no es otra sino la cruz y la resurrección e Jesucristo. Por ello, como dice una invocación tradicional, adoramos la cruz reconociéndola como nuestra única esperanza: “Salve crux, spes unica”. La muerte y la resurrección de Cristo –su misterio pascual- se convierten en principio de vida nueva para toda la humanidad.
Ahora bien, este horizonte de vida y esperanza no significa eludir nuestro compromiso aquí en la tierra. Muy al contrario, nos empuja a trabajar para transformar la humanidad según el designio de Dios. Nos invita a formar una familia unida en la justicia, la paz y la solidaridad; nos impele a luchar para superar las dificultades. Hemos de luchar contra el mal físico y el mal moral. Por ello deberemos investigar sin descanso las leyes de la naturaleza y su funcionamiento para prevenir y evitar cuanto sea posible los desastres naturales. Por este motivo hemos de educar las personas para que trabajen para evitar los males físicos y no causen males morales, para que no hagan sufrir al prójimo sino que hagan el bien a los demás.
Hemos recordado con motivo de los cincuenta años de las riadas que si la desgracia que asoló la ciudad de Terrassa, Sabadell, Rubí, Cerdanyola y Montcada y otras poblaciones fue grande, más grande fue todavía el testimonio de sacrificio, de heroísmo, de servicio generoso en medio del dolor y de la muerte de tantas personas. Y este es un mensaje de esperanza que nos deja este doloroso recuerdo.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa