Este año la Navidad cae en domingo, por lo que el tiempo de Adviento ha sido un poco más largo que otros años. Esta circunstancia invita a una reflexión sobre el año cristiano o, más exactamente, sobre el calendario de las fiestas cristianas. Nos ayuda un pequeño libro de Benedicto XVI, publicado en 2008 y titulado La bendición de la Navidad.
El calendario festivo de la Iglesia no se desarrolló en atención a la fiesta de la Natividad de Jesús sino a partir de la fe en su Resurrección, o sea, a partir de la Pascua. La fiesta primordial de los cristianos no es, pues, la Navidad, sino la Pascua. En efecto, sólo la resurrección del Señor ha fundado la fe cristiana y ha dado origen a la Iglesia. Por eso, ya san Ignacio de Antioquia, muerto en el año 117, designa a los cristianos como aquellos que “no observan ya el sábado, sino que viven según el Día del Señor”. Ser cristiano significa vivir de forma pascual, basados en la resurrección, que es lo que celebramos en Pascua y también cada domingo, como el “Día del Señor”
La fiesta de Navidad sólo adquirió su forma definida a partir del siglo IV, cuando desplazó a la fiesta pagana del “Sol invicto” y enseñó a entender el nacimiento de Cristo como la victoria de la Luz verdadera. “Sin embargo –observa Benedicto XVI-, esa especial calidez humana que en la Navidad nos toca tanto, que ha llegado a superar la Pascua en el corazón de los cristianos sólo se desarrolló en la Edad Media. Fue Francisco de Asís el que, a partir de su profundo amor al hombre Jesús, al Dios-con-nosotros, contribuyó a desarrollar esta nueva visión”.
Efectivamente, su primer biógrafo, Tomás de Celano, narra en su segunda biografía que san Francisco celebraba con inefable alegría la fiesta del nacimiento del niño Jesús, con preferencia a las demás solemnidades; la llamaba fiesta de las fiestas, en la que Dios, hecho niño pequeñito, se crió a los pechos de una madre humana. Representaba imágenes del Niño que besaba con sentimientos de amor y compasión, que le llevaba incluso a balbucir palabras de ternura al modo de los niños. Y este nombre era para él como miel en la boca.
De este espíritu provino después la famosa celebración de la Navidad en Greccio, a la que Francisco se sintió impulsado probablemente por su visita a Tierra Santa. De esta manera, “el belén” realizado por Francisco en la aldea de Greccio – situada en el valle de Rieti y en la región de Umbría- contribuyó a que se desarrollara la costumbre navideña tan hermosa de montar en las casas y en otros lugares “pesebres”, “belenes” o “nacimientos”.
“Con toda razón –añadía en su escrito Benedicto XVI- podemos decir que la noche de Greccio regaló a la cristiandad la fiesta de Navidad de una forma totalmente nueva, de modo que la afirmación propia de esta fiesta, su especial calidez y humanidad, la humanidad de nuestro Dios, se comunicó a las almas y dio a la fe una dimensión nueva. La fiesta de la Resurrección había orientado nuestra mirada hacia el poder de Dios que vence a la muerte y nos enseña a poner nuestras esperanzas en el mundo futuro. Pero ahora se hacía visible el amor indefenso de Dios, su humildad y su bondad, que se exponen a nosotros en medio de este mundo y nos quieren enseñar, en su propia manifestación, una nueva forma de vivir y de amar”.
Deseo que esta calidez del misterio de la Navidad acompañe a todos a quienes puedan llegar estas cartas semanales y especialmente a los más necesitados. Para todos, un deseo de una santa y feliz Navidad.
+ Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa