Hoy finalizamos esta serie de cartas dedicadas a las cuatro constituciones del Concilio Vaticano II de cuya clausura celebraremos el 40 aniversario el día 8 de diciembre. La Constitución dogmática Dei Verbum, sobre la divina revelación, nos habla de la Revelación en sí misma; la transmisión de la Revelación divina; la inspiración divina de la Sagrada Escritura y su interpretación; el Antiguo Testamento; el Nuevo testamento; y por último, de la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia. La principal aportación de este documento es subrayar la estrecha unidad que existe entre Escritura, Tradición y Magisterio de la Iglesia.
La brevedad de una carta dominical nos obliga a ceñirnos en algún que otro subrayado, y en este sentido me parece que vale la pena recordar el número 21: “La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la sagrada liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo. La Iglesia ha considerado siempre como suprema norma de su fe la Escritura unida a la Tradición, ya que, inspirada por Dios y escrita de una vez para siempre, nos transmite inmutablemente la palabra del mismo Dios; y en las palabras de los Apóstoles y los Profetas hace resonar la voz del Espíritu Santo. Por tanto, toda la predicación de la Iglesia, como toda la religión cristiana se ha de alimentar y regir con la Sagrada Escritura”.
La importancia que la Iglesia da a la Palabra de Dios queda reflejada de manera clara y categórica. La sitúa en un único plano de veneración formando parte de un mismo pan de vida que es ofrecido por la palabra de Dios y por la Eucaristía. Bueno es recordar que esta unidad entre la palabra y el sacramento está patente en la vida y en la obra de Jesús. Sobre todo el capítulo VI del evangelio de san Juan relaciona íntimamente los dos términos y presenta a Jesús como revelación del Padre y como pan de vida. La Dei Verbum subraya especialmente la unidad íntima entre la palabra y el sacramento, entre la Escritura y la Iglesia.
Otro elemento en el mismo sentido es la afirmación de que la Escritura constituye con la Tradición, la regla suprema de la fe. Dios ofrece al ser humano su Palabra para que obtenga su salvación mediante la fe, mediante la obediencia de la fe. La Escritura puede y debe ser la norma y el alimento de la predicación de la Iglesia y de toda la vida cristiana. Es regla de la fe sobre todo en virtud de su inspiración. “En los Libros Sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos. Y es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual.”
La palabra de Dios es viva y eficaz, penetrante hasta lo más profundo del corazón, capaz de transformar y hacer fructificar la vida del creyente. Dios sale a nuestro encuentro, se nos revela, nos orienta, nos alienta, nos enseña. En el bullicio de la vida diaria, entre los ruidos que nos envuelven, en medio de tantas urgencias, de tantas noticias, de tantos anuncios, de tantas ofertas, de tanta comunicación escrita y audiovisual, habrá que revisar si estamos suficientemente atentos, si meditamos, si nos alimentamos de esta Palabra que nos dirige el Padre celestial, que ha de transformar el corazón y la mente, que ha de ser el fundamento de nuestros criterios y opiniones. Ojalá escuchemos su voz y seamos tierra receptiva que dé frutos de buenas obras.
+Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa