A partir de hoy dedicaré diversas cartas a reflexionar sobre distintos aspectos de la peregrinación. Leer y meditar los libros del Antiguo Testamento nos ayuda a ser conscientes de que el pueblo elegido, el pueblo de Israel, es ante todo una comunidad peregrinante, y que es Dios quien va trazando el camino que ha de recorrer. Es el camino que recorre Abraham desde la fe, sin saber adónde iba; es la peregrinación del pueblo de Israel hacia la tierra prometida, conducido por Dios en el desierto; de la misma manera, es Dios quien abre el camino para los que regresan a Jerusalén desde el exilio en Babilonia. En los Evangelios observamos también como Jesús peregrina al Templo de Jerusalén en las fiestas de la Pascua, de Pentecostés y de las Tiendas.
La peregrinación de Abraham es modelo para todo creyente. Deja su tierra, su patria y la casa paterna, y se pone en camino, con fe y esperanza. Dios le pide que abandone su tierra, su ambiente, sus raíces, para ir hacia el país que le mostrará. Su partida requiere una obediencia y una confianza radicales. Así nos lo explica la carta a los Hebreos: «Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba. Por fe vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas, y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa, mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios» (11, 8-10).
Abrahán recibe una gran promesa: llegará a constituir un gran pueblo. Pero la promesa no está exenta de interrogantes: por un lado, él es de edad avanzada, así como su esposa Sara, que además es estéril; por otra parte, se le promete una nueva tierra, pero en ella tendrá que vivir como un extranjero. Él confía en Dios y no se deja condicionar por las apariencias aun cuando su camino se presenta cargado de misterio. Con su actitud se convierte para nosotros en un modelo de fe, de confianza en Dios, de ser consciente de dónde se encuentra la verdadera patria para el creyente, y de que el ser humano no es más que un peregrino en esta vida y en este mundo, en camino constante hacia la patria del cielo.
El camino de Israel en el desierto es otro gran paradigma de peregrinación que encontramos en las Sagradas Escrituras. En un momento concreto de su historia, llegó al poder en Egipto un nuevo faraón que no había conocido a José, y el miedo al crecimiento demográfico que experimentaba el pueblo de Israel le llevó a oprimirlo con pesadas cargas. Dios escuchó el clamor de su pueblo y lo liberó de la esclavitud por medio de Moisés. Tras la salida de Egipto se inició una larga marcha que tuvo como meta la tierra prometida. A lo largo de esta marcha por el desierto se producirán diferentes pruebas y episodios: dificultades, tentaciones, protestas, infidelidades, hasta idolatrías. A pesar de todo ello, no les faltará la presencia de Dios providente.
El pueblo de Israel es un pueblo en camino, un pueblo que el Señor hizo salir de la esclavitud de Egipto y guió hasta la tierra que había prometido a sus padres. La peregrinación en el desierto es una experiencia que le sirvió como purificación y maduración. A partir del Éxodo, Israel vivió con la seguridad cada vez más intensa de ser un pueblo liberado por Dios y conducido hacia una nueva tierra. La travesía del desierto es fundamental en la existencia del pueblo de Israel, porque es una experiencia evidente de la salvación de Dios. El pueblo deberá recordar siempre esta experiencia fundamental del desierto, una etapa de su historia en que vivía en total dependencia de Dios y caminaba guiado y protegido por Él. El éxodo será un memorial siempre vivo y presente.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa