Benedicto XVI, en la introducción de su encíclica Dios es amor, hace esta afirmación: "No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva".
Esta idea ha traído a mi memoria una breve pero magistral obra del teólogo alemán de origen italiano Romano Guardini (1885-1968), un gran maestro a quien Benedicto XVI admira profundamente. La obra a que me refiero se titula La esencia del cristianismo; es un ensayo publicado en 1929 del que se han hecho sucesivas ediciones en las principales lenguas. Recuerdo que en mi tercer año de Seminario Mayor me tocó hacer un trabajo sobre este libro y que su planteamiento me llamó poderosamente la atención, aunque situar a la persona de Jesucristo en el centro del cristianismo era a la vez lo más lógico y sencillo. Guardini explicaba lo mismo que afirma la cita de Benedicto XVI: la esencia del cristianismo es la persona de Cristo y la vida cristiana arranca de un encuentro con Él.
Creo que puede ser útil recordarlo con las mismas palabras de Guardini: "El cristianismo no es, en último término, ni una doctrina de la verdad ni una interpretación de la vida. Es esto también, pero nada de ello constituye su esencia nuclear. Su esencia está constituida por Jesús de Nazaret, por su existencia, su obra y su destino concreto; es decir, por una personalidad histórica". Y más adelante hace esta otra afirmación: "Jesús no es sólo el portador de un mensaje que exige una decisión, sino que es Él mismo quien provoca la decisión, una decisión impuesta a todo hombre, que penetra todas las vinculaciones terrenas y que no hay poder que pueda ni contrastar ni detener. Es, en una palabra, la decisión por esencia".
Hoy, por fortuna, en nuestros ambientes esta centralidad de Jesucristo en la fe y en la vida cristiana es más conocida que en los comienzos del siglo XX. En la actualidad esta doctrina está muy presente en las enseñanzas del magisterio de la Iglesia católica. El Concilio Vaticano II nos enseña, en la Constitución Dei Verbum (n. 2), que en Cristo culmina la palabra de Dios a los hombres, porque Él es "el mediador y la plenitud de toda la revelación". Y Juan Pablo II, en su carta apostólica Novo millennio ineunte, con orientaciones para toda la Iglesia ante el milenio recién estrenado, nos invitó a "partir nuevamente de Cristo".
Pero no es suficiente confesar la centralidad de Cristo en la vida de cada creyente y de la Iglesia con palabras, porque podría quedar en un nivel meramente conceptual, como algo aprendido en la catequesis o en el estudio de la teología y repetido de memoria. Hemos de confesar esta centralidad con nuestra vida, viviendo como personas que se han encontrado con Él, que han cambiado su existencia y se han convertido en testigos de esperanza para el mundo. Esta centralidad hemos de vivirla y enseñarla en todo momento: en la evangelización, en la catequesis, en la educación cristiana y en todas las iniciativas pastorales, y sobre todo con el testimonio de vida, en las grandes ocasiones y en el día a día cotidiano. En las últimas semanas he propuesto algunas reflexiones sobre la educación, con motivo del nuevo curso que comenzábamos. Con esta reflexión deseo invitar especialmente a poner a Cristo en el centro de las múltiples actividades formativas y pastorales que se llevan a cabo en nuestra diócesis.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
Esta idea ha traído a mi memoria una breve pero magistral obra del teólogo alemán de origen italiano Romano Guardini (1885-1968), un gran maestro a quien Benedicto XVI admira profundamente. La obra a que me refiero se titula La esencia del cristianismo; es un ensayo publicado en 1929 del que se han hecho sucesivas ediciones en las principales lenguas. Recuerdo que en mi tercer año de Seminario Mayor me tocó hacer un trabajo sobre este libro y que su planteamiento me llamó poderosamente la atención, aunque situar a la persona de Jesucristo en el centro del cristianismo era a la vez lo más lógico y sencillo. Guardini explicaba lo mismo que afirma la cita de Benedicto XVI: la esencia del cristianismo es la persona de Cristo y la vida cristiana arranca de un encuentro con Él.
Creo que puede ser útil recordarlo con las mismas palabras de Guardini: "El cristianismo no es, en último término, ni una doctrina de la verdad ni una interpretación de la vida. Es esto también, pero nada de ello constituye su esencia nuclear. Su esencia está constituida por Jesús de Nazaret, por su existencia, su obra y su destino concreto; es decir, por una personalidad histórica". Y más adelante hace esta otra afirmación: "Jesús no es sólo el portador de un mensaje que exige una decisión, sino que es Él mismo quien provoca la decisión, una decisión impuesta a todo hombre, que penetra todas las vinculaciones terrenas y que no hay poder que pueda ni contrastar ni detener. Es, en una palabra, la decisión por esencia".
Hoy, por fortuna, en nuestros ambientes esta centralidad de Jesucristo en la fe y en la vida cristiana es más conocida que en los comienzos del siglo XX. En la actualidad esta doctrina está muy presente en las enseñanzas del magisterio de la Iglesia católica. El Concilio Vaticano II nos enseña, en la Constitución Dei Verbum (n. 2), que en Cristo culmina la palabra de Dios a los hombres, porque Él es "el mediador y la plenitud de toda la revelación". Y Juan Pablo II, en su carta apostólica Novo millennio ineunte, con orientaciones para toda la Iglesia ante el milenio recién estrenado, nos invitó a "partir nuevamente de Cristo".
Pero no es suficiente confesar la centralidad de Cristo en la vida de cada creyente y de la Iglesia con palabras, porque podría quedar en un nivel meramente conceptual, como algo aprendido en la catequesis o en el estudio de la teología y repetido de memoria. Hemos de confesar esta centralidad con nuestra vida, viviendo como personas que se han encontrado con Él, que han cambiado su existencia y se han convertido en testigos de esperanza para el mundo. Esta centralidad hemos de vivirla y enseñarla en todo momento: en la evangelización, en la catequesis, en la educación cristiana y en todas las iniciativas pastorales, y sobre todo con el testimonio de vida, en las grandes ocasiones y en el día a día cotidiano. En las últimas semanas he propuesto algunas reflexiones sobre la educación, con motivo del nuevo curso que comenzábamos. Con esta reflexión deseo invitar especialmente a poner a Cristo en el centro de las múltiples actividades formativas y pastorales que se llevan a cabo en nuestra diócesis.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa