Leyendo los textos de los ejercicios espirituales que el papa Francisco predicó a seglares, religiosos, diáconos y sacerdotes de Buenos Aires –publicados en el libro titulado Ment oberta, cor creient (Ed. Claret, Barcelona 2013)- me ha llamado la atención esta frase del entonces cardenal Bergoglio: “San Ignacio de Loyola, igual que santa Teresa de Jesús, comprende que el único camino seguro de acceso a la divinidad es la santísima humanidad de nuestro Señor”. Y subraya que hemos de adentrarnos y contemplar la humanidad de Jesucristo, desde su nacimiento hasta su pasión. Jesucristo es sacerdote, altar y víctima y su sacerdocio se expresa en su carne. En una carne humana verdadera, asumida en las entrañas virginales de la Virgen María. Este es el camino de san Ignacio y santa Teresa de Jesús.
El Papa se refiere a san Ignacio cuando nos invita a adentrarnos en la contemplación del nacimiento del Señor según la carne hasta llegar a tocar la “carne” sufriente del Dios encarnado. Hay que “tocar” la carne de Jesús. Porque existen maneras “educadas” de evitar el escándalo de la realidad humana del Hijo de Dios. Y Jesús, ya adulto, proclamó “bienaventurado aquél que no se escandalizará de mí” (Mt 11,6; Lc 7, 23). Este escándalo –decía el cardenal Bergoglio- “es una forma de neodocetismo ilustrado, tan corriente en nuestras élites eclesiales”. El docetismo fue una de las primeras herejías sobre Cristo a la que tuvo que hacer frente la Iglesia primitiva. Esta herejía sostenía que Jesús no era verdadero hombre, que no asumió realmente la carne humana, sino que su cuerpo no era real, sino más bien una apariencia. El verbo griego “doquein” significa precisamente “aparentar”.
El realismo cristiano tiene su fundamento en el realismo de la Encarnación, en el hecho de que Dios se hizo hombre, que el Verbo asumió la carne, como dice el prólogo del Evangelio de san Juan: “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). El realismo cristiano ha llevado a los santos a “tocar” la carne real de Cristo en la atención al dolor real de aquellos hermanos que sufren.
Que esta Navidad sea feliz para todos, pero que no deje de ser solidaria con quienes más sufren las consecuencias de la crisis. Así lo deseo a cuantos pueda llegar este mensaje. Que el Señor nos conceda vivir la alegría de la salvación, esa alegría que está presente en la Anunciación, en la Visitación, en el cántico del Magníficat. La alegría que inunda los corazones cuando Jesús nace en Belén y cuando María y José presentan al niño en el Templo.
Un gozo inmenso y profundo que nada ni nadie nos podrá arrebatar jamás. Una alegría más fuerte que las penas, las dificultades e incluso la persecución. Una alegría que brota de la experiencia del amor de Dios, que genera un gozo inmenso, inefable, que nos ha de convertir en mensajeros de alegría y esperanza.
A todos os deseo una santa Navidad en el gozo del Emmanuel, el Dios-con-nosotros”.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa