El mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la Jornada de las Migraciones de este año recoge una genuina expresión del Vaticano II, más en concreto de la Gaudium et Spes, al presentarnos las migraciones como un signo de los tiempos de hoy que hemos de interpretar a la luz del Evangelio. Un signo de los tiempos muy poliédrico por la variedad de componentes que en él se dan, que pueden abarcar desde las migraciones voluntarias por motivos de estudio o de promoción profesional al tráfico de seres humanos víctimas de las mafias organizadas, especialmente en el negocio del sexo, pasando por los que han de dejar su tierra por motivos políticos.
Como cristianos no podemos contemplar este fenómeno con otra mirada que la de Jesucristo. Este fenómeno nos interpela individual y socialmente, y no tiene solución si no toma interés la comunidad internacional. No basta con endurecer las fronteras porque siempre será más dura la miseria de la que huyen y que les lleva incluso a jugarse la vida. Por eso la tarea más efectiva es la cooperación internacional en orden a conseguir estabilidad política en los países más pobres y sobre todo en orden a conseguir una situación de justicia en las relaciones internas de cada país y en las relaciones internacionales.
Mientras tanto, qué podemos hacer. En primer lugar, salir al encuentro de la persona concreta necesitada y ayudarla. Para el cristiano el emigrante es ante todo una persona, un hermano. Habrá que respetar la legalidad vigente y a la vez resolver la situación desde la solidaridad. En la Iglesia nadie es extranjero porque la Iglesia es la familia donde todo ser humano es acogido como un hermano, especialmente el más necesitado. Una de las obras de misericordia lo recuerda especialmente: «Era forastero, y me acogisteis» (Mt 25, 35).
Las comunidades cristianas han de ser espacios de acogida, de encuentro, de compartir, de enriquecimiento mutuo, de intercambio de vida, de diálogo y de convivencia. Por eso las comunidades cristianas han de ser abiertas y acogedoras. En las visitas pastorales a lo largo y ancho de la diócesis constato cómo las parroquias acogen y ayudan a todos los inmigrantes sin preguntar por procedencias de origen, ni tampoco pertenencias políticas o credo religioso. Encomiable es la labor de Cáritas en todos los niveles así como la colaboración de tantas instituciones eclesiales. Es una tarea de acogida y de solidaridad que se debe valorar y reconocer, una tarea de integración importantísima de cara al futuro que debería ser valorada y apoyada en su justa medida por las administraciones. Una tarea que se hace no desde el paternalismo sino desde la fraternidad sincera.
A la vez, hemos de pedir a los inmigrantes respeto e integración respecto a la realidad que los acoge. No han de renunciar a sus raíces, y nadie les pedirá una renuncia semejante. Pero por su parte han de realizar un esfuerzo sincero de integración y de agradecimiento ante quien los acoge abiertamente. En el fondo, se trata de corresponder con apertura de corazón y ofreciendo su riqueza personal y de futuro a quienes los reciben. No entraré en consideraciones sociológicas o políticas que no corresponden a la finalidad de una breve carta pastoral. Simplemente pido a Dios que nos ayude a considerar la inmigración no como un problema, sino como una oportunidad de futuro, que nos ayude a contemplar este signo de los tiempos presentes, esta nueva realidad, en la perspectiva de lectura teológica, es decir, una lectura desde la fe, la esperanza y el amor.
+Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa