Las profundidades del corazón humano

ESCUDO EPISCOPAL SAIZ

Celebramos hoy la Jornada Mundial de las Misiones, promovida por la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe y aprobada por el papa Pío XI en 1926. En este Año Jubilar se cumple precisamente el 90 aniversario. El papa Francisco, en su mensaje, nos invita a contemplar la misión “ad gentes” desde la perspectiva de la misericordia, es decir, como una inmensa obra de misericordia tanto espiritual como material. Con el lema “Sal de tu tierra”, contemplamos a tantos misioneros y misioneras que lo han dejado todo, que han salido de su tierra para anunciar el evangelio de Jesucristo.

Hoy estamos llamados a orar por las misiones de la Iglesia y a colaborar materialmente para su sustento. También hemos de recordar que la Iglesia es esencialmente misionera, que todos, desde el Bautismo, estamos llamados a vivir esa dimensión con nuestra palabra oportuna y sobre todo con un testimonio de vida coherente. El Evangelio de hoy resulta muy oportuno para examinar nuestras actitudes de fondo, las profundidades de nuestro corazón a la luz de la parábola del fariseo y el publicano. Se trata de examinarnos sobre lo que hay, en cada uno, de los sentimientos del fariseo y de los del publicano. Es oportuno recordar aquí lo que hablando de la oración recomienda Jesús en el Sermón de la Montaña: “Y al orar, no habléis mucho, como los gentiles que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis, pues, como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo” (Mt 6, 7-8).

A la hora de hacer el balance de la parábola, Jesús se dirige a los oyentes y evidencia, en pocas pinceladas, el cambio de la situación. El que vuelve a casa justificado es el publicano y no el fariseo, porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido. Quien enaltece a los humildes y humilla a los soberbios es Dios que, como canta María en el Magnificat, “dispersa a los que son soberbios en su propio corazón; derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes” (Lc 1,51-52).  Arrogante es la actitud del fariseo, y en cambio es humilde la del publicano. No obstante su larga oración, el fariseo no es justificado, mientras que ha sido suficiente la breve plegaria del publicano para volver a casa justificado.

En este domingo de la evangelización de los pueblos, el evangelio leído nos presenta la humildad como la actitud más cristiana para dar testimonio de nuestra fe, tanto en las zonas llamadas de misión como en  todas partes. El riesgo de considerarse superior a los demás, y partir de sus fallos para encumbrarse a uno mismo es una tentación de todos y de todos los tiempos. La humildad, virtud profundamente cristiana, es siempre necesaria. También en la proclamación del Evangelio y en la propuesta de la fe a los paganos o a los no creyentes. Un testimonio – o una predicación - que no parta  de una actitud de humildad no sería cristiana y, a la larga, sería ineficaz. La humildad no ha de ser una estrategia, porque ya no sería humildad. La humildad es realismo, veracidad y autenticidad.

Dijo el Papa en el libro-conversación con Andrea Tornielli El nombre de Dios es misericordia: “Jesús envía a los suyos no como titulares de un poder o como dueños de la Ley. Los envía por el mundo pidiéndoles que vivan en la lógica del amor y de la gratuidad. El anuncio cristiano se transmite acogiendo a quien tiene dificultades, acogiendo al excluido, al marginado, al pecador”. Que la auténtica humildad nos haga a todos testigos de Jesucristo en los ambientes en que cada uno se mueva.

+ Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa