Con la celebración de la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo culminamos el Año Litúrgico. Pienso que es un buen momento para hacer balance, para reflexionar sobre la vivencia y la formación litúrgica de nuestras comunidades y también sobre la percepción que tienen nuestros contemporáneos. ¿La Liturgia tiene significación para nuestros coetáneos? ¿Sigue siendo litúrgico el hombre de hoy? Romano Guardini escribió hace casi 100 años un libro titulado El espíritu de la liturgia en el que ya planteaba la dificultad sobre la capacidad litúrgica del hombre moderno. No es difícil constatar para nosotros que el hombre actual, en una sociedad mucho más secularizada, con una mentalidad más tecnocrática y tecnológica, tiene una dificultad incomparablemente mayor para comprender los ritos y los gestos de la liturgia.
La Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada liturgia del Concilio Vaticano II, la define así: «Se considera la liturgia como el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo en la que, mediante signos sensibles, se significa y se realiza, según el modo propio de cada uno, la santificación del hombre y, así, el Cuerpo místico de Cristo, esto es, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público» (n.7). A lo largo del Año Litúrgico contemplamos los misterios de la vida de Cristo, su pasión, muerte y resurrección. En las celebraciones vivimos el encuentro con Dios Padre, en Cristo y en el Espíritu Santo como un diálogo a través de acciones y de palabras. También se realiza el encuentro con la comunidad, con los hermanos, que es expresión de la comunión eclesial. Y todo ello mediante signos sensibles que expresan la santificación de la persona y el ejercicio de un culto público.
Yo me pregunto ¿qué podemos hacer los padres, catequistas, monitores, sacerdotes, cuando los pequeños o los jóvenes de la casa nos dicen que no quieren ir a Misa porque “se aburren”? Sería un grave error plantear la cuestión desde la disyuntiva de si me divierte o me aburre. Tampoco planteamos así el comer cada día, el asistir a la escuela o a la consulta del médico. Hay aspectos fundamentales para la vida que no se plantean en clave de diversión o aburrimiento, sino según su importancia y necesidad. Pensemos, por ejemplo, en la alimentación, la salud, la formación intelectual, etc. hay que realizarlos, porque son esenciales para la vida, porque son imprescindibles. Pues bien, la Santa Misa, los sacramentos, la oración son esenciales e insustituibles para la maduración integral de la persona, para el crecimiento del espíritu, para la salud del alma, para la vida de las personas y de los pueblos.
No busquemos, pues, en la Liturgia un entretenimiento externo, unas celebraciones “divertidas”, porque el sacerdote no es un monologuista o un “showman”. Ciertamente, hay que preparar bien las homilías, los cantos han de ser adecuados y los lectores han de proclamar bien las lecturas; también hay que crear el clima propicio para vivir a fondo la celebración; más aún, hay que formar en el espíritu y en la letra de la liturgia a los fieles para que capten la riqueza profunda de los gestos y de los símbolos; y sobre todo, hay que propiciar la vivencia profunda del misterio de amor de Dios que se ha manifestado en Cristo, y que se hace presente en la Liturgia.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa