El próximo viernes, 2 de febrero, celebramos la fiesta de la Presentación del Señor al templo de Jerusalén, cumpliendo lo que mandaba la ley de Moisés sobre la presentación de los hijos primogénitos a Dios. Hoy lo que caracteriza más esta fiesta es la bendición y procesión de las candelas, con la que reafirmamos nuestra fe en lo que el anciano Simeón proclamó: que aquel niño presentado en el templo era la luz y la salvación para todos los pueblos del mundo y la gloria de su pueblo de Israel.
Este día se celebra la Jornada de la Vida Consagrada; es decir, el día dedicado a reflexionar y orar por todos los religiosos y religiosas que han consagrado la vida al Señor siguiendo los consejos de pobreza, castidad y obediencia y haciendo un gran servicio a la Iglesia y al mundo.
Muchos religiosos y religiosas, este día, renuevan su consagración a Dios, reafirmando el compromiso de entrega al Señor y a sus hermanos y hermanas. La fiesta de la Presentación de Jesús al templo y la vida religiosa tienen una profunda sintonía. Cristo, unido por el amor al Padre y al Espíritu Santo, se ofrece para cumplir la voluntad divina y salvar a la humanidad. A semejanza de Cristo, el religioso ofrece también toda su persona y -como nos recuerda el Concilio Vaticano II- "mediante los tres consejos evangélicos se entrega totalmente al servicio de Dios, amándolo por encima de todo y de esta manera queda destinado al servicio y al honor de Dios por un nuevo título especial" (LG 44).
Todos los cristianos, por el bautismo, hemos muerto al pecado y hemos sido consagrados a Dios. El religioso, a fin de profundizar en esta vocación bautismal, con su profesión de los consejos evangélicos en la Iglesia, "intenta librarse de los obstáculos que pudieran apartarle del amor apasionado y de la perfección del culto divino y se consagra más íntimamente al servicio de Dios. Este estado de vida imita más de cerca y hace presente continuamente en la Iglesia aquella forma de vida que escogió el Hijo de Dios al venir al mundo para hacer la voluntad del Padre y que propuso a los discípulos que lo seguían" (LG 44).
Queda así explicado el especial seguimiento de Cristo que la vida religiosa comporta y la razón por la cual, en la fiesta de la Presentación del Señor, recordamos a aquellos hombres y mujeres que, entre nosotros y en todo el mundo, siguen este camino. Este año, para esta jornada, en nuestro país se ha escogido este lema: "Vida consagrada y familia. Presencia de la Trinidad en la historia."
En efecto, tanto la familia como la vida religiosa son dos manifestaciones del Dios que es amor; son dos formas de amor y de entrega que generan vida. La vida religiosa es un signo del amor de Cristo a la Iglesia y a toda la humanidad. En Cristo, como nos recuerda a menudo Benedicto XVI y también el lema de esta jornada, Dios ha entrado en el tiempo, en la historia humana; Dios se ha hecho hombre para llevar a los hombres a la divinización, que es su mayor plenitud y su más alta perfección.
Con ocasión de la Jornada de la Vida Consagrada, me complace reconocer la gran aportación de los religiosos y las religiosas a la vida de nuestra joven diócesis, que todavía tiene muchas necesidades de todo orden pero que también camina decididamente con el deseo de cumplir su vocación y su servicio a la sociedad en la que está enraizada. Es preciso que todos valoremos especialmente a las personas que siguen el camino de los consejos evangélicos, que tantos servicios prestan a nuestra sociedad. Oremos por ellos y ellas y por la continuidad de sus obras. Como obispo, quiero agradecer especialmente la disponibilidad que encuentro muy a menudo en los miembros de las órdenes y congregaciones religiosas para atender algunas parroquias o para realizar otros servicios y llevar a buen término diversas iniciativas al servicio de nuestro Pueblo de Dios.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa