Luz para alumbrar a las naciones

ESCUDO EPISCOPAL SAIZ

El próximo jueves, 2 de febrero, celebraremos la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo, 40 días después de la Navidad. La Ley de Moisés establecía que después de nacer un varón primogénito, el octavo día el niño había de ser circuncidado, y a los 40 días  se debía ofrecer un sacrificio de purificación, un cordero como holocausto y un pichón o una tórtola como sacrificio expiatorio. Los pobres sólo tenían que ofrecer dos tórtolas o dos pichones. Así lo cumplieron  María y José, y le pusieron por nombre Jesús.

Una vez cumplido este acto cultual, se produce una escena de gran fuerza profética. Se hace presente el anciano  profeta Simeón, un hombre justo y piadoso que espera el consuelo de Israel, que espera al Mesías. En aquel momento experimenta la alegría del encuentro con el Mesías y siente que su existencia ha llegado a su culminación; por ello, dice al Altísimo que  puede dejarle marchar a la paz del más allá. Toma al Niño Jesús en sus brazos y bendice a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”» (Lc  2,29-32).  Un himno precioso en el que se hacen dos afirmaciones fundamentales. En primer lugar, Jesús es «luz para alumbrar a las naciones». Es la luz que llevará la salvación de Dios a todos los confines de la tierra, su misión conlleva la universalidad de la salvación. Él es también «gloria de tu pueblo, Israel», que en él recibe el consuelo, la fortaleza y la salvación.

El anciano Simeón, tras haber alabado a Dios, dirige una palabra profética a María y le anuncia que este niño «será como un signo de contradicción», y que a ella una espada le traspasará el alma. Como señaló el  teólogo Romano Guardini, «Jesús no es sólo el portador de un mensaje que exige una decisión, sino que es Él mismo quien provoca la decisión, una decisión impuesta a todo hombre, que penetra todas las vinculaciones terrenales y que no hay ningún poder que pueda ni contrastar ni detener. Es, en una palabra, la decisión por esencia» (La esencia del cristianismo, pp. 46-47). María será también Madre Dolorosa, íntimamente unida a su Hijo en su misión redentora.

También se encuentra allí la profetisa Ana, una mujer de ochenta y cuatro años que «no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones» (Lc 2,37). Ella es la imagen de la persona espiritual y piadosa. Su vida está dedicada en totalidad a Dios, a buscar su voluntad, a descubrir sus signos, a escuchar y anunciar su palabra. Ella es testigo privilegiado de aquel momento de gracia, reconoce al Mesías y anuncia la esperanza de la que ella vive, la salvación de Dios que se ha hecho presente.

El próximo jueves, 2 de febrero, la Iglesia celebra la Jornada Mundial de la Vida Consagrada con el lema “Testigos de la esperanza y la alegría”. Actualmente vivimos en medio de un relativismo ambiental que puede afectar a los fundamentos de las personas y las sociedades. Es preciso que nuestro testimonio de vida cristiana sea luminoso, transparencia de Cristo. Agradeciendo la presencia y la labor de los miembros de la Vida Consagrada en la diócesis pedimos a Dios por sus apostolados, para que vivan su consagración con una entrega generosa que ilumine a los hombres y mujeres de nuestro tiempo y los acerque a Cristo, luz y salvación de todos los pueblos.

+ Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa