Hemos comenzado el año recordando, el 1 de enero, a María como la Madre de Dios y el próximo martes, fiesta de la Epifanía, se nos invita a caminar hacia Cristo siguiendo el ejemplo de los reyes de Oriente que encontraron “al Niño y a su Madre”. La liturgia del tiempo de Navidad nos lleva de la mano para acercarnos a Jesucristo y su Madre y adorar al Señor, como hicieron aquellos sabios que llegaron a Jerusalén preguntado por “el rey de los judíos que ha nacido”. En este año dedicado especialmente a San Pablo, según la propuesta que ha hecho a toda la Iglesia el Papa Benedicto XVI, es oportuno recordar estas palabras de la carta a los Gálatas: “Mas, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley y para que recibiéramos la filiación adoptiva” (Ga 4, 4-5). Es sabido que las cartas de San Pablo son consideradas como los primeros escritos del Nuevo Testamento. Es muy bella esta referencia implícita de San Pablo a la Madre de Jesús. “En efecto –dice el Catecismo de la Iglesia católica-, aquél que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios” (n. 495). Se trata del misterio más antiguo y fundamental en lo que concierne a la persona y a la función de María en la historia de la salvación. El título de Madre de Dios, que proclamó, en medio del júbilo del pueblo cristiano, el Concilio de Éfeso (año 431) es, juntamente con el de Virgen santa, el más antiguo y constituye el fundamento de todos los demás títulos con los que María ha sido venerada y sigue siendo invocada de generación en generación. Al título de Madre de Dios va estrechamente unido el de Madre nuestra. Por eso he querido titular “Madre de Dios y madre nuestra” la carta pastoral que propongo a toda la diócesis para este curso pastoral, y que pido a las comunidades cristianas que quieran leerla, meditarla e invocar a nuestra Señora y nuestra Madre. Benedicto XVI, en la encíclica Spe salvi, recuerda las palabras de Jesús en la cruz, recogidas en el Evangelio de San Juan (19,25-27): “Jesús, al ver a su madre, y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su Madre: Mujer aquí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: Aquí tienes a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”. Y en la oración final con que cierra el Papa su encíclica, que es un repaso a toda la vida de María, se dirige a ella diciéndole: “Desde la cruz recibiste una nueva misión. A partir de la cruz te convertiste en Madre de una manera nueva: madre de todos los que quieren creer en tu Hijo Jesús y seguirlo” (n.50). En estos comienzos de 2009, un año que se anuncia difícil, pido a todos mis diocesanos que, a imitación de Juan, quieran recibir a María en su casa, en la casa de su espíritu, de su devoción y de su plegaria. Para hacerlo, además del “Ave Maria”, tan bíblica y tan fundamental, me atrevo a recomendar el rezo de esta plegaria, la más antigua que se conoce entre las dirigidas a nuestra Madre y que recojo en mi carta pastoral: “Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no desoigas la oración de tus hijos necesitados, antes bien líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita”. + Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa