Manos de la ternura de Jesucristo

       Este domingo cuarto de Pascua se llama del Buen Pastor, porque se lee el Evangelio de Jesús como Buen Pastor que ha venido al mundo, ha muerto y ha resucitado “para que todos tengan vida y la tengan en abundancia”. La profunda sintonía de esta jornada con el tiempo de Pascua aparece con toda claridad.

     En su exhortación apostólica sobre la Palabra del Señor, Benedicto XVI dedica un apartado al “anuncio de la Palabra de Dios a los que sufren” (n. 106). Creo que es oportuno recordar algunas de sus enseñanzas.

      El gran misterio de la vida humana es el mal y el dolor, ya sea físico, psíquico o espiritual. El realismo cristiano nos invita a reconocer la realidad de estos sufrimientos, incluso en nuestra sociedad que tanto ha progresado en conocimientos científicos y tecnológicos. Y a nadie se le ahorra, en un momento o en otro de la vida, la experiencia del sufrimiento, el dolor, la enfermedad y la muerte.

     “Mientras la palabra del hombre parece enmudecer ante el misterio del mal y del dolor, y nuestra sociedad parece valorar la existencia sólo cuando ésta tiene un cierto grado de eficiencia y bienestar, la Palabra de Dios nos revela –dice el Papa- que también las circunstancias adversas son misteriosamente ‘abrazadas’ por la ternura de Dios”.

     Si algo podemos entrever en el intento de explicar el problema del mal, es que éste no es obra de Dios, que vio que la creación entera era buena y muy buena. Recuerda el Santo Padre que Dios ha creado al hombre para la felicidad y para la vida, mientras que la enfermedad y la muerte han entrado en el mundo como consecuencia del pecado. “Pero el Padre de la vida es el médico del hombre por excelencia y no deja de inclinarse amorosamente sobre la humanidad afligida. La culminación de la cercanía de Dios al sufrimiento del hombre lo contemplamos en Jesús mismo que es la Palabra encarnada. Sufrió con nosotros y murió, y con su pasión y su muerte asumió y transformó hasta el fondo nuestra debilidad”.

     Este es el mensaje y el sentido con que los cristianos estamos llamados primero a vivir cada uno en nuestra vida la experiencia del dolor y la enfermedad. Y con este mensaje hemos de acercarnos también a quienes pasan por momentos de especial sufrimiento. No tenemos otro mensaje ni otro sentido.

     Deseo terminar este comentario con una palabra de especial gratitud a todos cuantos se hacen portadores de este mensaje ante los enfermos de nuestras parroquias, ya sean sacerdotes o diáconos, religiosos y religiosas, o laicos, hombres y mujeres que colaboran en llevar la Palabra de Dios y la Eucaristía a nuestros enfermos. A todos ellos, gracias. Porque, como dice el Papa: “Siguen prestando sus manos, sus ojos y su corazón a Cristo, verdadero médico de los cuerpos y de las almas”. 

     + Josep Àngel Saiz Meneses

     Obispo de Terrassa

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa