El próximo jueves, 15 de agosto, celebramos la fiesta de la Asunción de Nuestra Señora al cielo en cuerpo y alma. En este día son muchas las localidades de nuestra tierra que celebran su fiesta mayor.
Justamente en medio del mes de agosto celebramos esta fiesta tan popular, porque la Madre del Señor ha entrado en el corazón del pueblo cristiano. Frente a la secularización de nuestras sociedades, uno de los elementos cristianos que perviven –y no sólo como una mera tradición estética, sino en profundidad- es la entrañable devoción a María, tan querida entre nosotros por las advocaciones de sus diversos santuarios y ermitas, nombres que han pasado a serlo de muchas mujeres cristianas. Pensemos, por poner unos ejemplos, en los nombres de Montserrat, Nuria, Salud y también Carmen, Concepción con sus derivados, y tantos y tantos otros. De aquí y de toda la geografía cristiana.
María es la Madre que nos trae a Jesucristo, el Hijo de Dios, que ha venido al mundo para salvarnos. María es la primera cristiana. Hemos de admirarla por las maravillas que el Señor ha hecho en ella, y la hemos de imitar en su respuesta humilde y llena de fe a la vocación que el Señor le dio.
María Asunta nos muestra el término de nuestra peregrinación en este mundo. Un ilustre periodista –Lorenzo Gomis- quiso poner a sus memorias este título: “Una temporada en la tierra”. Un bello y original título que encierra una gran verdad. Aquí estamos de paso. Un día nos marchamos de la tierra. ¿Y todo está acabado? Hay quien dice que sí. “El hombre es un Ulises que nunca llega Ítaca” (Ítaca, como se recordará, es la patria de Ulises, el gran héroe de Homero, el prototipo del héroe griego).
Santa María, en el misterio de su Asunción a la gloria del cielo, junto a su Hijo, nos da la respuesta cristiana. Por el bautismo nuestra vida se ha injertado en la de Cristo resucitado, el primogénito de la nueva creación, el primero entre muchos hermanos. No todo acaba en el sepulcro. “La vida cambia, pero no se acaba”, nos dice la liturgia de difuntos.
En la plegaria de la Salve decimos que Ella es “vida, dulzura y esperanza nuestra”. Esta realidad de la esperanza –tan necesaria en nuestros tiempos- está especialmente significada en esta fiesta de mitad de agosto. Allí donde María ha llegado, todo el pueblo de Dios espera llegar un día, por la misericordia de Dios.
Concluyo con unas palabras que dijo Benedicto XVI en la fiesta de la Asunción del año pasado, en la misa que celebró en la parroquia de Castelgandoldo, que tiene a la Asunta como titular: “Nuestra esperanza nos asegura que Dios nos espera, que no caminamos hacia el vacío, sino que somos esperados. Dios nos espera, y cuando marchamos al otro mundo, encontramos la bondad de la Madre, encontramos a los nuestros, encontramos el Amor eterno. Dios nos espera. Esta es nuestra alegría y la gran esperanza que nace justamente de esta fiesta. María nos visita, y es el gozo de nuestra vida, y el gozo es esperanza”.
A todos cuantos lleguen mis palabras les deseo una fiesta de la Pascua de María, llena de fe y de esperanza.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa