María Inmaculada en el camino de Adviento

Los comienzos de este mes de diciembre, en este año de gracia de 2012, vienen marcados por la coincidencia de dos celebraciones de la fe: este domingo iniciamos el tiempo de Adviento, tiempo de preparación espiritual a la fiesta de Navidad, y el próximo sábado celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María.  Esta feliz coincidencia, en una misma semana, del tiempo litúrgico y de la fiesta mariana invita a reflexionar sobre la conexión entre ambas celebraciones.

El tiempo de Adviento, en efecto, es el tiempo de la espera de la venida del Señor y el misterio de la Inmaculada Concepción de María es la anticipación del fruto de esta venida: la comunión entre Dios y los hombres por Jesucristo. Con toda razón, afirmaba el Venerable Pablo VI en su exhortación sobre el culto mariano que el tiempo de Adviento es el tiempo mariano por excelencia y lo mismo repite el Directorio sobre la piedad popular y la liturgia.

La fiesta de la Inmaculada nos recuerda que María fue concebida llena de la gracia de Dios, sin pecado original, por la voluntad amorosa de Dios Padre y en previsión de los méritos de Jesucristo. La Inmaculada Concepción de María es, por tanto, un hecho de salvación.

Este hecho de salvación tiene una dimensión trinitaria esencial. María es elegida como hija excelsa de Dios Padre para ser, desde el inicio de su existencia inmune de toda mancha de pecado, llena del Espíritu Santo, en orden a su condición de Madre de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre.

La fiesta de la Inmaculada tiene, además, un clara dimensión eclesial: lo que María ha recibido, lo reciben también, en el bautismo, todos los que por Jesucristo pasan del pecado a la novedad de vida. Ellos forman la Iglesia de Jesucristo, que ve en María Inmaculada su anticipación y su principio, como ve también en María Asunta su plenitud y su culminación.

 Estamos celebrando el Año de la Fe propuesto por el Santo Padre a toda la Iglesia, para el que nos ha dado las pautas en la carta apostólica titulada Porta fidei, “la puerta de la fe”. En uno de los puntos de este documento nos ofrece una bella síntesis de la vida de María desde la virtud teologal de la fe. En efecto, dice el Papa, “por la fe, María acogió la palabra del ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega. En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él. Con gozo y temblor dio a luz a su único Hijo, manteniendo intacta su virginidad. Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes. Con la misma fe, siguió al Señor en su predicación y permaneció con Él hasta el Calvario. Con fe, María saboreó los frutos de la Resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón, los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo” (Porta fidei, n.13).

     María, Madre de la Iglesia, es también el modelo de la persona creyente y nuestra intercesora ante Dios. Por eso encomendamos a la Santísima Virgen los frutos espirituales de este Año de la Fe y los buenos resultados de los esfuerzos por proponer la fe y acompañar a los hombres y mujeres de hoy en el camino de la fe, que es el camino que nos ha de conducir a Cristo.

 

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa     

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa