No es fácil vivir la fe con madurez y profundidad. Nunca lo ha sido. Y menos hoy y en especialmente entre nosotros, que nos hallamos inmersos en una sociedad cada vez más secularizada. Cuando el camino de la fe se hace duro, María es modelo y guía para vivir fondo el compromiso ya sea en el día a día, en los pequeños detalles, como también en las grandes ocasiones, en loa grandes desafíos que se nos presentan. Ella también tuvo que recorrer su camino de fe, que no estuvo exento de dificultades.
El momento de la Anunciación, cuyo relato nos propone la liturgia de la misa de este domingo cuarto de Adviento. La encarnación supone una irrupción poderosa e impensable de Dios en la historia en la vida de María. El ángel le anuncia un mensaje desconcertante: la propuesta de convertirse en madre del Mesías.
María responde aceptando el plan de Dios. No pone dificultades. Simplemente pregunta cómo puede conciliarse su virginidad con la vocación materna. A la respuesta del ángel, que indica la omnipotencia divina que obra a través del Espíritu Santo, María da su consentimiento humilde y generoso. En su respuesta no hay otra seguridad que su confianza en la Palabra de Dios. Por eso, en el reciente sínodo celebrado en Roma sobre la Sagrada Escritura, varios obispos han hablado de la Virgen María como el máximo testimonio de escucha de la Palabra de Dios.
El futuro de aquella muchacha de Nazaret se abre cargado de misterio y las vicisitudes del mañana no se pueden ni prever ni controlar, pero ella responde con una fe absoluta. Su fe desempeña un papel decisivo en un momento único e irrepetible en la historia de la humanidad. En este momento María inicia un camino de fe y de unión con su Hijo que mantendrá siempre hasta el final. Si prima Isabel, en la Visitación, la alabará con las palabras de la primera bienaventuranza que se menciona en el Evangelio: “¡Feliz tú, que has creído!” (Lc 1,45).
Por mediación de Santa María, Dios no se ha quedado en la lejanía, sino que ha adquirido un rostro. El mensaje del reciente Sínodo a todo el pueblo de Dios incluye estas bellas palabras: “La Palabra eterna y divina entra en el espacio y en el tiempo y asume un rostro y una identidad humana. Las palabras sin un rostro no son perfectas, porque no cumplen plenamente el encuentro. Cristo es “la Palabra que está junto a Dios y es Dios”, él es “imagen del Dios invisible, primogénito de toda la creación” (Col 1,15).”
Pero esta Palabra viene a nosotros en los brazos de una madre joven,. En los brazos de María. María es el camino de Dios hacia nuestra realidad humana. Gracias a ella, se hace realidad lo que también señala el mensaje del Sínodo que he citado antes. El Hijo de Dios “también es Jesús de Nazaret, que camina por las calles de una provincia marginal del imperio romano, que habla una lengua local, que presenta los rasgos de un pueblo, el judío, y de su cultura. El Jesucristo real es, por tanto, carne frágil y mortal, es historia y humanidad, pero también es gloria, divinidad, misterio: Aquel que nos ha revelado el Dios que nadie ha visto jamás (Jn 1,18)”
A pesar de vivir en una sociedad como la nuestra, invito a todos los que puedan leer estas reflexiones, vivir la Navidad ya próxima en una clima de apertura y admiración por la obra de Dios en María y en su Hijo, y acoger a éste en un clima de gratitud, de silencio y de oración. A todos deseo una Navidad auténticamente cristiana.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa