Con el domingo de Ramos comenzamos la celebración de una nueva Semana Santa. Es como un preludio que anuncia la celebración del triduo pascual, la pasión, muerte y resurrección del Señor. La bendición y la procesión de las palmas nos recuerda la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, y la acogida entusiasta que tuvo por parte de la gente sencilla. Nosotros actualizaremos aquel acontecimiento y también aclamaremos y acompañaremos al Señor con sentimientos de entusiasmo y alegría, y reconociéndolo como Mesías Salvador.
En la celebración eucarística de hoy proclamaremos la pasión, y de esta manera quedan unidos en este día los dos aspectos del misterio pascual: la muerte y la resurrección. La entrada de Jesús en Jerusalén es como la presentación pública que Jesús hace de sí mismo como Mesías. Será aclamado y bien acogido por los sencillos mientras que los dirigentes religiosos lo censuran. Llega como Mesías, consciente que ha de llevar a cabo la misión que el Padre le ha encomendado y que sólo por la cruz llegará a la gloria de la resurrección.
Hoy, en la plaza de san Pedro de Roma, tiene lugar un acto importante de Pastoral Juvenil. El Santo Padre Benedicto XVI, siguiendo la tradición, entregará la cruz y el icono de las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) a la diócesis organizadora de su próxima cita internacional. Se trata de Madrid, en agosto de 2011, que toma el relevo de Sydney. Los jóvenes australianos harán el traspaso de la cruz a los jóvenes españoles. Un grupo de jóvenes de nuestra diócesis participa en el acto y serán ellos los que se encargarán de que el próximo año, en el Aplec de l’Esperit que se celebrará en Terrassa, la cruz de las JMJ esté presente entre nosotros.
El 22 de abril de 1984, en la clausura del Año Santo de la Redención, el Santo Padre Juan Pablo II entregó esta cruz a los jóvenes con el encargo de que la llevaran al mundo como signo del amor del Señor a la humanidad. Desde entonces ha visitado todos los continentes y siempre ha estado junto al altar durante las Jornadas Mundiales de la Juventud. La Cruz es un fuerte signo de la encarnación de Dios en la vida de los hombres y en sus sufrimientos. La Cruz sin el crucificado, es decir, sin Jesús, indica la esperanza de la resurrección y de la vida eterna en la comunión de los santos.
La cruz es la suprema manifestación del amor de Dios. Sin embargo, la cruz de Jesucristo es un gran misterio, locura y escándalo para algunos, sabiduría de Dios para los llamados. La Revelación nos permite adentrarnos en las claves de este gran misterio.
Es el símbolo de sufrimiento extremo, pero también camino insustituible hacia la redención. La cruz simboliza la misión de anunciar al mundo el amor del Padre y de proclamar que sólo en Cristo se encuentra la salvación de los hombres, la auténtica paz, la felicidad para uno mismo y para el prójimo.
La muerte de Jesús en la cruz es sacrificio porque antes lo ha sido su vida entera, libremente entregada y sacrificada por y para los hombres. “El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y dar su vida como rescate por muchos” (Mc 10,45). Su acto de dar la vida es la culminación de lo que ha sido su trayectoria vital: entregarse en totalidad a los demás: “Yo doy mi vida... Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente” (Ju 10, 17-18)
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa