Hablábamos la semana pasada del valor incomparable de la vida humana y a su vez de la existencia de una "cultura de la muerte". Hoy nos centramos sobre lo más importante, lo más esencial: anunciar la buena nueva de la vida, proclamar el Evangelio de la vida. Dicho evangelio va más allá de una reflexión sobre la vida o la formulación de un mandamiento destinado a sensibilizar la conciencia del individuo y de la sociedad. El Evangelio de la vida consiste en el anuncio de la persona misma de Jesús, el cual se presenta a todo ser humano como «el Camino, la Verdad y la Vida » (Jn 14, 6). Es posible conocer la verdad sobre el valor de la vida del ser humano través de la palabra, la acción y la persona misma de Jesús. A la vez, de ahí brota el dinamismo que lleva a promoverla, defenderla, amarla y servirla.
Jesús revela definitivamente la grandeza y el valor de la vida humana, que ya está anticipado en el Antiguo Testamento e inscrito de algún modo en el corazón mismo de cada persona, en el interior de cada conciencia. Esta vida que Jesús ha venido a dar a los hombres no se reduce a la mera existencia en el tiempo, sino que está orientada a participar de la plenitud de su amor, a un destino de comunión con Dios, es decir, a la vida eterna. Gracias a este don, la vida física y espiritual del ser humano, incluida su etapa terrena, encuentra su plenitud de valor y significado porque la vida divina y eterna es el fin al que está orientada toda persona que vive en este mundo.
La vida del ser humano es don de Dios, proviene de Él. Por tanto, Dios es el único señor de esta vida, el único que puede disponer de ella. La vida y la muerte del hombre están en las manos de Dios, que se ha mostrado desde siempre como un Dios dador de vida, un Dios creador, que libera de toda esclavitud, que es providente, que sostiene la vida y la lleva a la plenitud cuidando con solicitud amorosa de sus hijos, que no son el resultado de una mera casualidad o de una evolución ciega, sino el fruto de un designio de amor de Dios; por eso la vida del ser humano es algo sagrado, y de la sacralidad de la vida deriva su carácter inviolable,
El mandamiento que se refiere a este carácter inviolable de la vida humana ocupa el centro de los diez mandamientos de la alianza del Sinaí y prohíbe el homicidio: «No matarás » (Ex 20, 13). Este mandamiento es confirmado por Jesús, incluido y profundizado en el precepto positivo del amor al prójimo. Más adelante, Jesús explicitará las exigencias positivas de este mandamiento, que estaban ya presentes en el Antiguo Testamento, con una legislación que se preocupaba de garantizar y salvaguardar a las personas en situaciones de vida débil y amenazada: el extranjero, la viuda, el huérfano, el enfermo, el pobre en general, la vida misma antes del nacimiento. Con Jesús estas exigencias adquieren nuevo vigor e impulso y se manifiestan en toda su amplitud y profundidad porque abarcan desde cuidar la vida del hermano a hacerse cargo del forastero, e incluso, hasta amar al enemigo.
Acoger y servir la vida es una obligación de todos y se ha de practicar sobre todo con la vida que se encuentra en condiciones de mayor vulnerabilidad. Cristo mismo nos lo recuerda, cuando pide ser amado y servido en los hermanos que padecen cualquier tipo de sufrimiento. La vida humana se encuentra en una situación muy precaria cuando viene al mundo y también en el último tramo de la existencia, en que sale del tiempo para llegar a la eternidad. La Palabra de Dios nos recuerda en muchas ocasiones el cuidado y el respeto que debemos a las personas que se encuentran en situación de enfermedad y vejez.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa