Un año más celebramos la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Con un lema que apunta al corazón, a lo más profundo, a Cristo mismo presente, que es la fuente de la unidad. Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (cf. Mt 18, 20). El 21 de noviembre de 1964, el Concilio Vaticano II promulgó solemnemente el decreto Unitatis redintegratio sobre el ecumenismo. En la introducción recuerda que la división contradice la voluntad del Señor, es un escándalo para el mundo y perjudica la misión evangelizadora, y a la vez el decreto afirma que promover el restablecimiento de la unidad entre todos los cristianos es uno de los propósitos principales del Concilio (cf. N. 1).
El espacio de esta breve carta no nos permite analizar el proceso que desemboca en este fruto conciliar. Me limitaré a recordar dos elementos. En primer lugar, el movimiento ecuménico que nació en el siglo XX fuera de la Iglesia católica y que en 1948 tiene un hito significativo con la creación del Consejo Ecuménico de las Iglesias. En segundo lugar y en el ámbito de la teología católica, citamos también a figuras como J. A. Möhler y J. H. Newman. También hay que recordar que antes del Vaticano II, los Papas propiciaron la oración por la unidad y la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Podemos citar a León XIII, Benedicto XV y Pío XI. Pío XII apoyó expresamente el movimiento ecuménico en una Instrucción de 1950 destacando que en su origen estaba la acción del Espíritu Santo.
Ahora bien, con el Concilio llegó algo nuevo. El Papa Juan XXIII dio el impulso inicial y quiso que el Concilio sirviera sobre todo para la renovación dentro de la Iglesia católica y para la unidad de los cristianos. El Concilio asumió el movimiento ecuménico porque entendió la Iglesia como el pueblo de Dios en camino. El Concilio subrayó la dimensión escatológica de la Iglesia, mostrando que no es una realidad estática sino dinámica, es el pueblo de Dios peregrino a lo largo de la historia. Desde esta perspectiva se asume el movimiento ecuménico como camino de la Iglesia, y no como algo añadido y externo sino como algo que forma parte de su propia vida y de su actividad pastoral.
Han pasado 41 años. Seguimos trabajando y rezando por la unidad. Procuramos fijar la mirada en lo que nos une y no en lo que nos separa. Sobre todo, somos cada vez más conscientes de que lo que nos une es mucho más fuerte y profundo que lo que nos separa. Lo que nos une es Cristo, Cristo resucitado presente en medio de los discípulos hasta la consumación de los siglos. Cristo, que se ha quedado entre nosotros presente de múltiples maneras: en su Palabra, en la oración -"allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre"-, en los pobres, los necesitados, los enfermos, los presos, en los sacramentos de los que él es autor, especialmente en la Eucaristía.
Alcanzar la unidad es tarea de todos y es tarea por la que debemos rezar todo el año y en la que nos debemos empeñar todos incesantemente. Pero durante esta semana se nos invita a profundizar sobre este ideal, y se nos invita a rezar de un modo especial por la unidad, conscientes de que es gracia de Dios y que debemos pedir con fe y esperanza este don a la vez que tomamos conciencia de la corresponsabilidad de este trabajo. Pidamos a Dios la unidad plena de los cristianos, construyamos la unidad desde la oración y desde las pequeñas o grandes cosas que ocupan nuestra vida. De nosotros dependerá generar división, discordia, conflictos a nuestro alrededor o, por el contrario, dedicarnos a tender puentes, a recomponer fracturas, a unir brazos y corazones en una causa tan noble y decisiva para el futuro. Que Cristo resucitado sea nuestra fuerza.
+Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
El espacio de esta breve carta no nos permite analizar el proceso que desemboca en este fruto conciliar. Me limitaré a recordar dos elementos. En primer lugar, el movimiento ecuménico que nació en el siglo XX fuera de la Iglesia católica y que en 1948 tiene un hito significativo con la creación del Consejo Ecuménico de las Iglesias. En segundo lugar y en el ámbito de la teología católica, citamos también a figuras como J. A. Möhler y J. H. Newman. También hay que recordar que antes del Vaticano II, los Papas propiciaron la oración por la unidad y la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Podemos citar a León XIII, Benedicto XV y Pío XI. Pío XII apoyó expresamente el movimiento ecuménico en una Instrucción de 1950 destacando que en su origen estaba la acción del Espíritu Santo.
Ahora bien, con el Concilio llegó algo nuevo. El Papa Juan XXIII dio el impulso inicial y quiso que el Concilio sirviera sobre todo para la renovación dentro de la Iglesia católica y para la unidad de los cristianos. El Concilio asumió el movimiento ecuménico porque entendió la Iglesia como el pueblo de Dios en camino. El Concilio subrayó la dimensión escatológica de la Iglesia, mostrando que no es una realidad estática sino dinámica, es el pueblo de Dios peregrino a lo largo de la historia. Desde esta perspectiva se asume el movimiento ecuménico como camino de la Iglesia, y no como algo añadido y externo sino como algo que forma parte de su propia vida y de su actividad pastoral.
Han pasado 41 años. Seguimos trabajando y rezando por la unidad. Procuramos fijar la mirada en lo que nos une y no en lo que nos separa. Sobre todo, somos cada vez más conscientes de que lo que nos une es mucho más fuerte y profundo que lo que nos separa. Lo que nos une es Cristo, Cristo resucitado presente en medio de los discípulos hasta la consumación de los siglos. Cristo, que se ha quedado entre nosotros presente de múltiples maneras: en su Palabra, en la oración -"allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre"-, en los pobres, los necesitados, los enfermos, los presos, en los sacramentos de los que él es autor, especialmente en la Eucaristía.
Alcanzar la unidad es tarea de todos y es tarea por la que debemos rezar todo el año y en la que nos debemos empeñar todos incesantemente. Pero durante esta semana se nos invita a profundizar sobre este ideal, y se nos invita a rezar de un modo especial por la unidad, conscientes de que es gracia de Dios y que debemos pedir con fe y esperanza este don a la vez que tomamos conciencia de la corresponsabilidad de este trabajo. Pidamos a Dios la unidad plena de los cristianos, construyamos la unidad desde la oración y desde las pequeñas o grandes cosas que ocupan nuestra vida. De nosotros dependerá generar división, discordia, conflictos a nuestro alrededor o, por el contrario, dedicarnos a tender puentes, a recomponer fracturas, a unir brazos y corazones en una causa tan noble y decisiva para el futuro. Que Cristo resucitado sea nuestra fuerza.
+Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa