Manos Unidas ha dedicado un trienio a hacernos reflexionar sobre los desafíos de la globalización. El año 2004 nos dijo que “el futuro del mundo es compromiso de todos”. El año pasado, con el planteamiento de “Norte-sur, un futuro común”, nos recordaba que no se puede excluir a nadie de los recursos ni de las oportunidades de futuro. Este año, al plantearnos que “otro mundo es posible, depende de ti”, nos hace una llamada al compromiso y a la esperanza.
Muchas consideraciones podemos hacer para motivar la generosidad en esta campaña. Para un cristiano no deberían hacer falta demasiadas disquisiciones. Desde la coherencia con el rezo del Padrenuestro, no cabe otra postura que la de considerar a las personas del Tercer Mundo como hermanos, con los que formamos una única familia. Imaginemos que a cualquiera de nuestras reuniones se presentara una señora ataviada con unos pendientes de oro y un collar de perlas; una chaqueta de marca, una blusa de mercadillo; la falda vieja, las medias con agujeros, los zapatos rotos y los pies sucios y llagados. Seguramente produciría en los asistentes un impacto considerable. Pensaríamos que hay una asimetría total de la cabeza a los pies, que no hay coherencia entre los pies descalzos y el collar de perlas, pensaríamos que todo está descompensado, tremendamente descompensado, que falla clamorosamente la estética.
Si aplicamos la imagen de esta persona a lo que es la humanidad en su conjunto en el momento presente, nos damos cuenta de que el problema no es sólo estético, es sobre todo ético y moral. Por desgracia, en el conjunto de la humanidad se dan esos terribles contrastes, esas terribles desigualdades. Y mientras una parte muy pequeña de nuestro mundo nada en la riqueza y en la abundancia, y otros segmentos intermedios viven más o menos bien, otra parte muy amplia está abocada a la pobreza y a la miseria, en unos niveles cuyas imágenes deberían golpear nuestra conciencia y nuestro corazón.
Qué guapos y qué buenos son nuestros niños y niñas de Occidente. Con su candor, con su inocencia y también con sus travesuras. Qué inteligentes son y cómo se manejan con las nuevas tecnologías. Cómo nos preocupamos de su salud, de que no les falte nada y de prepararles el futuro, porque los queremos y porque es nuestra obligación. Pero en esta gran familia humana hay una parte a la que no prestamos atención suficiente. Según el informe de la UNICEF de 2005 “La Infancia amenazada”, 90 millones de niños y niñas en el mundo no disponen de alimentación básica; 400 millones no consumen agua potable, esa que nosotros no tenemos necesidad de buscar ni de comprar, porque sale potable del grifo; 270 millones carecen de servicios de atención de salud; 140 millones no acuden nunca a una escuela. Son algunos de los múltiples datos que se pueden presentar y que dibujan una triste realidad que no nos puede dejar impasibles.
Que cada cual responda desde su conciencia. Pero quede claro que nos hemos de comprometer todos, sin excepciones y sin excusas, cada uno en sus ambientes y según sus posibilidades. Desde el más pequeño hasta el que desempeñe las más altas responsabilidades en la sociedad. Que a estas alturas de la historia de la humanidad mueran personas de hambre o vivan en la miseria sin esperanzas de un futuro mejor es algo que ofende a Dios, que ofende la dignidad humana. Luchemos, al menos intentemos desde nuestro compromiso un mundo mejor, un mundo de justicia y de paz.
+Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
Muchas consideraciones podemos hacer para motivar la generosidad en esta campaña. Para un cristiano no deberían hacer falta demasiadas disquisiciones. Desde la coherencia con el rezo del Padrenuestro, no cabe otra postura que la de considerar a las personas del Tercer Mundo como hermanos, con los que formamos una única familia. Imaginemos que a cualquiera de nuestras reuniones se presentara una señora ataviada con unos pendientes de oro y un collar de perlas; una chaqueta de marca, una blusa de mercadillo; la falda vieja, las medias con agujeros, los zapatos rotos y los pies sucios y llagados. Seguramente produciría en los asistentes un impacto considerable. Pensaríamos que hay una asimetría total de la cabeza a los pies, que no hay coherencia entre los pies descalzos y el collar de perlas, pensaríamos que todo está descompensado, tremendamente descompensado, que falla clamorosamente la estética.
Si aplicamos la imagen de esta persona a lo que es la humanidad en su conjunto en el momento presente, nos damos cuenta de que el problema no es sólo estético, es sobre todo ético y moral. Por desgracia, en el conjunto de la humanidad se dan esos terribles contrastes, esas terribles desigualdades. Y mientras una parte muy pequeña de nuestro mundo nada en la riqueza y en la abundancia, y otros segmentos intermedios viven más o menos bien, otra parte muy amplia está abocada a la pobreza y a la miseria, en unos niveles cuyas imágenes deberían golpear nuestra conciencia y nuestro corazón.
Qué guapos y qué buenos son nuestros niños y niñas de Occidente. Con su candor, con su inocencia y también con sus travesuras. Qué inteligentes son y cómo se manejan con las nuevas tecnologías. Cómo nos preocupamos de su salud, de que no les falte nada y de prepararles el futuro, porque los queremos y porque es nuestra obligación. Pero en esta gran familia humana hay una parte a la que no prestamos atención suficiente. Según el informe de la UNICEF de 2005 “La Infancia amenazada”, 90 millones de niños y niñas en el mundo no disponen de alimentación básica; 400 millones no consumen agua potable, esa que nosotros no tenemos necesidad de buscar ni de comprar, porque sale potable del grifo; 270 millones carecen de servicios de atención de salud; 140 millones no acuden nunca a una escuela. Son algunos de los múltiples datos que se pueden presentar y que dibujan una triste realidad que no nos puede dejar impasibles.
Que cada cual responda desde su conciencia. Pero quede claro que nos hemos de comprometer todos, sin excepciones y sin excusas, cada uno en sus ambientes y según sus posibilidades. Desde el más pequeño hasta el que desempeñe las más altas responsabilidades en la sociedad. Que a estas alturas de la historia de la humanidad mueran personas de hambre o vivan en la miseria sin esperanzas de un futuro mejor es algo que ofende a Dios, que ofende la dignidad humana. Luchemos, al menos intentemos desde nuestro compromiso un mundo mejor, un mundo de justicia y de paz.
+Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa