Hemos llegado a la fiesta de Pascua, la fiesta de las fiestas cristianas, la fiesta central de todo el año litúrgico, la fiesta de la alegría y de la esperanza. ¡Qué profunda y significativa la liturgia de la Vigilia Pascual, con los signos del fuego y del agua, con la renovación de las promesas del bautismo! Y con la lectura del pregón pascual. Este pregón que escuchamos en la noche de Pascua hemos de conservarlo en el fondo de nuestra alma durante todo el año.
Sin embargo, alguien podría decir: Con todo lo que está pasando (o que me está pasando a mí), ¿no es una ficción esta alegría de la noche y del día de Pascua? ¿Es compatible el realismo cristiano y el dramatismo del mundo y de la vida con la alegría, con el estallido de confianza y de esperanza de la celebración de la Pascua? Sinceramente, creo que sí.
San Pablo nos dice que toda la creación, sometida al pecado, "gime y sufre dolores de parto", con la esperanza que será liberada de la corrupción para alcanzar la libertad y la gloria de los hijos de Dios (Rm 8, 20-21).
Esta liberación se inició en la resurrección del Señor Jesucristo: fue el estallido de la nueva creación. En nuestras latitudes, todo nos ayuda a vivir la Pascua como una prenda, como una anticipación de la nueva creación. Los cristianos no somos los proclamadores de la muerte, sino de la vida. La última palabra, en el misterio de la vida y del universo, no es su extinción sino su transformación. Su transfiguración, como la que vivió Jesús en la montaña del Tabor, que fue como una anticipación de la resurrección. En la primavera todo es un estallido de vida. Y la Pascua cristiana, en plena primavera, es una afirmación de vida.
Nuestra fe pascual se abraza, como la de María Magdalena en la mañana de Pascua, a aquel misterioso hortelano, que es el verdadero cultivador de una nueva naturaleza. Y Él nos dice que no es todavía ésta nuestra estancia definitiva, que es preciso que, como Él, "subamos al Padre". Y nosotros, como la Magdalena en la mañana de Pascua, decimos al Señor: "Rabboni", que significa Maestro, porque es en Él en quien encontramos el sentido definitivo de la vida. Y, ayudados por la gracia del Padre, como el apóstol Tomás, en medio de la comunidad de los discípulos y seguidores de Jesús, le decimos también: "¡Señor mío y Dios mío!"
Pero al mismo tiempo nuestra fe pascual es adhesión y afirmación de los "cielos nuevos y la tierra nueva", que esperamos y que ya comienzan a florecer en nuestro espíritu y que nos comprometen a buscar la armonía y la comunión con toda la creación para que podamos ser, según el pensamiento y el mandato del Creador, unos guardianes fieles de las cosas creadas, unos fieles administradores y no unos amos déspotas y destructivos.
A todos los que me leéis semana tras semana, os invito a vivir la alegría y la esperanza de la Pascua. Y os deseo una buena Pascua. Desde la esperanza y el optimismo que nos proporciona la fuerza infinita de la resurrección de Jesús, podemos decir: Sí, todavía es posible hacer una Iglesia abierta y acogedora, porque en ella habita el Señor que nos dice: "¡Paz a vosotros! ¡No tengáis miedo! ¡Soy yo!" Y por esto podemos decir: Sí, todavía es posible ir construyendo entre todos el Reino de Dios, aquellos "cielos nuevos y aquella tierra nueva", la casa armoniosa para toda la humanidad. La gran familia de los hijos de Dios.
Cristianos, en la Pascua de 2006, alegrémonos y no perdamos nunca la esperanza. Porque Cristo ha resucitado. Ha resucitado verdaderamente. Y, con Él, también nosotros.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa