Pascua, un futuro de vida plena

 

En el domingo de Pascua reencontramos más plenamente la alegría del domingo de Ramos. Si el domingo de ramos es el pórtico de los sucesos de la Pasión de Jesús, el domingo de Pascua es la alegría sin sombras porque es la celebración de Jesús que vive para siempre junto al padre, como redentor del género humano, como vencedor del pecado y de la muerte.

 

La vida de Cristo, entregada por amor hasta la muerte, no acaba en la cruz. Resucitado por el Padre llega, por la fuerza del Espíritu Santo, hasta nosotros como principio y fundamento de nuestra propia resurrección.

 

El domingo de Pascua tocamos, en la fe, el núcleo mismo del cristianismo: el amor redentor de Dios es más fuerte que la muerte. A Jesús, crucificado por los hombres,, el Padre lo ha exaltado a su derecha como Señor y Salvador (Hechos 5,31). Él es el verdadero punto de llegada del camino de la humanidad, aquel en quien las esperanzas humanas alcanzan su realización y su plenitud.

 

La resurrección de Cristo abre para toda la humanidad un futuro de vida plena. Cristo es el primero que ha resucitado de entre los muertos (Col 1, 18). Él ha alcanzado ya esa vida definitiva que también nos espera a nosotros. La resurrección de Cristo es el principio de vida nueva para la humanidad. La vida del cristiano consiste en vivir ya ahora, en fe, en esperanza y en caridad, la misma vida del Cristo glorioso, cuya primicia es el Espíritu Santo que el Señor nos ha enviado.

 

Nacemos a la vida de Cristo resucitado a través del bautismo, y y como Bautizados hemos de buscar las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios Padre. En la celebración de la Pascua, mientras estamos como peregrinos en este mundo, ha de tener un gran relieve la renovación de las promesas del Bautismo que efectuamos en la solemne Vigilia o en la Eucaristía del día de Pascua. Os invito a realizar este acto con un gran sentido de respuesta al don de Dios Padre en Cristo por el Espíritu Santo, y de la responsabilidad que tenemos: la de ser, como bautizados, testigos de Cristo resucitado ante el mundo de hoy.

 

Cristo resucitado envió a los apóstoles a anunciar esta buena noticia de la resurrección –la suya y la nuestra en el futuro- a todo el mundo. Y Cristo resucitado nos envía también a nosotros, sus seguidores, sus hermanos, a ser apóstoles suyos en los inicios del tercer milenio. Cada uno con sus posibilidades, con su vocación, desde su estado de vida en la Iglesia, y poniendo en acción los carismas que el Señor nos haya dado a cada uno.

 

Comencé la Semana Santa haciendo un llamamiento a los jóvenes y a los niños para unirse a la alabanza a Jesús. En este día de Pascua les reitero a ellos también mi invitación: si vivís un verdadero encuentro con Cristo resucitado, él os enseñará a amar profundamente la vida y pasar por ella siendo motivo de gozo y de esperanza para vuestros semejantes.

 

A los niños, a los jóvenes y a todos cuantos llegue mi palabra y mi voz, os deseo una santa, gozosa y esperanzada Pascua de este año. Permitidme que os felicite con las palabras que se intercambian nuestros hermanos, los cristianos de Oriente: “Cristo ha resucitado. Verdaderamente ha resucitado”.

 

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa

 

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa