Deseo reflexionar esta semana sobre la vida como una peregrinación interior en el contexto de la Cuaresma. La meta de toda peregrinación es el encuentro con Dios. Antes de llegar a la meta es inevitable soportar inclemencias, realizar sacrificios y pasar por las privaciones propias de la vida itinerante; privaciones, renuncias y sacrificios que ayudan a la disposición interior para dicho encuentro. Ahora bien, en la vida de la persona podemos decir que se produce un triple encuentro: en primer lugar, consigo mismo; en segundo lugar, con el otro, con el hermano que peregrina al lado o con aquel que se cruza en el camino; y, finalmente, con Dios, razón última por la que merecen la pena todos los sacrificios. Este encuentro con Dios muestra el verdadero sentido trascendente de la vida humana, un sentido cada vez más difícil de reconocer en nuestra sociedad, tan determinada por el materialismo y el consumismo, por el individualismo y la insolidaridad, por el alud de informaciones y estímulos imposibles de procesar. El peregrino sabe que su hogar definitivo se encuentra en el más allá y que su salvación está en manos de Dios.
La peregrinación se vive en grupo, en familia, en Iglesia. El peregrino renueva y confirma su fe, y descubre que no está solo, que hay muchas otras personas que comparten sus mismos ideales, que hay otra manera de vivir y otro sentido más elevado. La Iglesia es peregrina y acompaña al peregrino porque vive un tiempo de espera, un tiempo que adquiere un sentido pleno cuando se orienta hacia la vida futura. Es verdad que el hombre puede aferrarse a los bienes materiales, al poder, al placer, a los logros personales y los honores, pero al final se encontrará vacío porque está creado para algo más, para la trascendencia. Es esta inquietud la que mueve a caminar hasta el encuentro con Aquel que puede saciar sus anhelos de trascendencia y de plenitud.
Nuestra vida es una peregrinación que comienza en el nacimiento, que dura toda la existencia, y que acaba en el momento de la muerte, que es el paso a la casa del Padre. El gran poeta italiano Dante Alighieri, en su obra cumbre La Divina Comedia lo describe con hondura y perfección. Así lo reseña el papa Francisco: «La Comedia se puede leer, en efecto, como un gran itinerario, es más, como una auténtica peregrinación, tanto personal e interior como comunitaria, eclesial, social e histórica. Ella representa el paradigma de todo auténtico viaje en el que la humanidad está llamada a abandonar lo que Dante define “la era que nos hace tan feroces” (Paraíso XXII, 151) para alcanzar una nueva condición, marcada por la armonía, la paz, la felicidad. Es este el horizonte de todo auténtico humanismo.»
Ciertamente, la peregrinación más ardua es la espiritual o interior, la que conduce al corazón, a la verdad. Un viaje hacia el interior de uno mismo para encontrar respuestas a las grandes preguntas sobre el sentido de la vida; un viaje, en definitiva, para encontrarse con Dios. El peregrino hace la experiencia de un viaje interior en el que acabará descubriendo a Dios en su interior. Una peregrinación que han recorrido y descrito muchos santos a lo largo de la historia de la Iglesia, y que han relatado también los poetas. San Buenaventura lo explica con siete grados correspondientes a la semana primordial del Génesis. Santa Teresa de Jesús lo describe con la imagen del castillo interior, que está dividido en siete mansiones o moradas, cada una de las cuales señala un escalón en el acercamiento a Dios que concluye con la unión con él. San Juan de la Cruz lo representa como la subida al Monte Carmelo, un camino de ascensión que ha de recorrer el alma para alcanzar el alto estado de la perfección, la unión del alma con Dios.
Os invito a vivir esta Cuaresma como una verdadera peregrinación interior.
† Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa