La semana pasada reflexionábamos sobre cómo ayudar a desarrollar todo el potencial que las personas llevan dentro. Todo ser humano lleva dentro un diamante en bruto, un tesoro de posibilidades a desplegar, porque no en vano estamos creados a imagen y semejanza de Dios.
Más de uno me dirá que educar sigue siendo muy difícil y yo estoy absolutamente de acuerdo. Por eso cuando tengo encuentros con padres, maestros y educadores los felicito porque hoy día hace falta mucho coraje para traer hijos al mundo y también para dedicarse a la enseñanza. Ahora bien, se trata de buscar el desarrollo pleno de la persona, de todas sus potencialidades.
Sería muy interesante considerar también cómo nos mira Dios, cómo nos trata, qué espera de cada persona, qué expectativas deposita en cada uno de sus hijos. A la vez podríamos examinar cómo nos lo transmite Cristo, cómo es la pedagogía del Señor.
Digamos en seguida que sólo cabe una respuesta: Dios nos mira con un amor entrañable e infinito, con un amor incondicional. Con un amor que, respetando la libertad de sus hijos e hijas, nos llama a la perfección y nos ayuda eficazmente a llegar a ella. San Pablo lo expresa en su carta a los Efesios: "Ya que en El nos eligió, antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos e irreprochables en su presencia, por amor (1,4)". Jesús nos lo dirá en el Sermón de la montaña, que culmina con el ideal máximo de perfección. "Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial "(Mt 5, 48).
Notemos que Jesús a lo largo de su vida pública se encontró con personas de muy diversa condición. Una de ellas fue Zaqueo. Cuando el Maestro llega a Jericó y para sorpresa general cenará en la casa de este jefe de publicanos. Se produce un encuentro profundo que el relato no nos describe, pero podemos imaginar cómo sería la mirada de Jesús, su palabra, su trato. El resultado es que cambia el corazón del pecador público explotador de sus conciudadanos. Se produce una conversión profunda, algo que parecía imposible: "Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré cuatro veces más.» (Lc 19, 8)
Jesús ha venido a salvar a Zaqueo y a todos sus contemporáneos, y a todos los hombres y mujeres de la historia; y ha venido para que alcancen la perfección. Todos estamos llamados a la perfección, todos estamos llamados a vivir el amor en grado máximo. Cada uno según su vocación, cada uno en su trabajo, en su circunstancia vital. Cada uno en su singularidad, porque así, siendo cada uno como es, somos amados infinitamente por Dios. No nos ama porque seamos perfectos, sino que nos ama para que seamos perfectos.
Así nos mira Dios, así nos ama Dios, eso es lo que espera de nosotros y para eso nos ofrece su gracia incesantemente y nos vuelve a ofrecer nuevas oportunidades cuando erramos el camino. Por eso sería una lástima que nos instalásemos perpetuamente en la mediocridad. Si Dios confía tanto en nosotros, no lo defraudemos.
+ Josep Àngel Saiz Meneses, Obispo de Terrassa
Más de uno me dirá que educar sigue siendo muy difícil y yo estoy absolutamente de acuerdo. Por eso cuando tengo encuentros con padres, maestros y educadores los felicito porque hoy día hace falta mucho coraje para traer hijos al mundo y también para dedicarse a la enseñanza. Ahora bien, se trata de buscar el desarrollo pleno de la persona, de todas sus potencialidades.
Sería muy interesante considerar también cómo nos mira Dios, cómo nos trata, qué espera de cada persona, qué expectativas deposita en cada uno de sus hijos. A la vez podríamos examinar cómo nos lo transmite Cristo, cómo es la pedagogía del Señor.
Digamos en seguida que sólo cabe una respuesta: Dios nos mira con un amor entrañable e infinito, con un amor incondicional. Con un amor que, respetando la libertad de sus hijos e hijas, nos llama a la perfección y nos ayuda eficazmente a llegar a ella. San Pablo lo expresa en su carta a los Efesios: "Ya que en El nos eligió, antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos e irreprochables en su presencia, por amor (1,4)". Jesús nos lo dirá en el Sermón de la montaña, que culmina con el ideal máximo de perfección. "Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial "(Mt 5, 48).
Notemos que Jesús a lo largo de su vida pública se encontró con personas de muy diversa condición. Una de ellas fue Zaqueo. Cuando el Maestro llega a Jericó y para sorpresa general cenará en la casa de este jefe de publicanos. Se produce un encuentro profundo que el relato no nos describe, pero podemos imaginar cómo sería la mirada de Jesús, su palabra, su trato. El resultado es que cambia el corazón del pecador público explotador de sus conciudadanos. Se produce una conversión profunda, algo que parecía imposible: "Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré cuatro veces más.» (Lc 19, 8)
Jesús ha venido a salvar a Zaqueo y a todos sus contemporáneos, y a todos los hombres y mujeres de la historia; y ha venido para que alcancen la perfección. Todos estamos llamados a la perfección, todos estamos llamados a vivir el amor en grado máximo. Cada uno según su vocación, cada uno en su trabajo, en su circunstancia vital. Cada uno en su singularidad, porque así, siendo cada uno como es, somos amados infinitamente por Dios. No nos ama porque seamos perfectos, sino que nos ama para que seamos perfectos.
Así nos mira Dios, así nos ama Dios, eso es lo que espera de nosotros y para eso nos ofrece su gracia incesantemente y nos vuelve a ofrecer nuevas oportunidades cuando erramos el camino. Por eso sería una lástima que nos instalásemos perpetuamente en la mediocridad. Si Dios confía tanto en nosotros, no lo defraudemos.
+ Josep Àngel Saiz Meneses, Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa