La fiesta mayor acostumbra a ser el acontecimiento más importante de un pueblo o de una ciudad. Se trata de un conjunto de celebraciones para hacer memoria cada año de un hecho importante de su historia o tradición, y a menudo es, a la vez, la fiesta patronal. La fiesta mayor es una ocasión de encuentro de los miembros de una comunidad local que se reúne en torno a unos escenarios comunes —iglesia parroquial, ayuntamiento, plazas, terrazas, espectáculos y actividades de todo tipo— y que afirma su identidad y su existencia como colectivo a partir de unos referentes simbólicos compartidos: religiosos, sociales, culturales e históricos.
A lo largo de mi ministerio sacerdotal he participado en numerosas fiestas patronales y he sido testigo de la presencia de autoridades en los actos religiosos con toda normalidad. Ahora bien, eso no significa identificación ni mezcla de ningún tipo. Estamos todos de acuerdo en que la distinción y autonomía mutuas entre la Iglesia y el Estado es un signo indudable de progreso, más aún, es una condición indispensable para poder actuar con libertad y llevar a cabo cada uno la misión encomendada. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, publicado el año 2004 por el Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, cuando trata de las relaciones entre la Iglesia Católica y la Comunidad Política, lo resume en dos conceptos: autonomía y colaboración.
En primer lugar, autonomía e independencia porque la Iglesia y la Comunidad Política son de naturaleza diferente tanto por su configuración como por sus finalidades; por tanto, es primordial el respeto recíproco en el marco de las competencias respectivas. La Iglesia se organiza con formas concretas para satisfacer las necesidades espirituales de sus fieles, mientras que las diversas comunidades políticas generan relaciones e instituciones al servicio de todo lo que pertenece al bien común temporal. La comunidad política debe garantizar a la Iglesia la libertad religiosa y el necesario espacio que necesita para su acción. La Iglesia, a su vez, respeta la legítima autonomía del orden político democrático y no se debe identificar con ningún programa político, aunque pueda hacer valoración de sus implicaciones morales y religiosas.
Vemos, por tanto, que la recíproca autonomía no comporta una separación que excluya la colaboración, porque ambas instituciones buscan el bien común y están al servicio de las mismas personas, para facilitarles el pleno ejercicio de sus derechos, como ciudadanos y como fieles cristianos y también un correcto cumplimiento de los deberes. Este servicio será más eficaz cuanto mayor sea la colaboración en orden a la promoción de las personas concretas y de la comunidad en su conjunto. Con actitud de servicio, inspirándonos en el ejemplo de Jesucristo. Para ello la Iglesia debe ser respetada en su identidad específica para que pueda desarrollar su misión con los propios fieles y también al servicio de todos los ciudadanos. Una misión que se lleva a cabo en primer lugar a través de la evangelización, de la catequesis, de la formación, de la investigación, de la cultura y el arte; también en la celebración de los misterios de la fe, en la liturgia, en la oración, en el sentido de trascendencia; por último, a través de la acción caritativa y social, al servicio de los más pobres y necesitados.
Recordando que hoy la ciudad de Terrassa celebra su Fiesta Mayor, deseo que todas nuestras ciudades y pueblos gocen de una buena Fiesta Mayor gracias a la recíproca autonomía y fecunda colaboración al servicio de las personas, uniendo fuerzas de modo que la suma de aportaciones devenga una auténtica multiplicación.
+ Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa