Recuerdo de un gran misionero, san Antonio María Claret

Recuerdo de un gran misionero, san Antonio María Claret
 Celebramos en este penúltimo domingo de octubre la Jornada Mundial por la Evangelización de los Pueblos, conocida popularmente entre nosotros como el día del Domund. Este año tiene como lema las palabras de Jesús al apóstol Tomás: "Felices los que creen". Evangelizar es anunciar a todos los hombres el mensaje de Cristo mediante el testimonio de la vida y la palabra, con la ayuda de la gracia de Dios y la acción interior del Espíritu Santo. La necesidad de la evangelización no se puede restringir a los países llamados de misión. En todos los países -y especialmente en nuestro continente europeo- es necesario llevar a cabo las obras de la evangelización y del apostolado.
      Este Domund del año 2007 coincide con la apertura del bicentenario del nacimiento de un gran misionero: san Antonio Maria Claret (1807-1870). Nacido en la localidad de Sallent, en la diócesis de Vic, fue un gran misionero al servicio de la recristianización de Cataluña. Ordenado sacerdote en 1835, inicialmente quedó como encargado de su parroquia natal. Después de una breve estancia en Roma, de 1843 a 1847, recorrió prácticamente toda Cataluña como misionero popular. Desde febrero de 1848 a mayo de 1849, marchó a Canarias y con su predicación recorrió las islas, dejando una huella tan profunda que es copatrono de la diócesis de Las Palmas con la Virgen del Pino.
 De retorno a Cataluña, el 16 de julio de 1849 funda la Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. A los pocos días, el 11 de agosto, le comunican su nombramiento como arzobispo de Cuba. En la isla se encontró con una situación también verdaderamente misional y su labor le convierte en blanco de la enemistad y el odio de muchos. "Yo he callado -confiesa-, he sufrido y me he alegrado en el Señor, porque me ha brindado un sorbito del cáliz de su pasión, y a los calumniadores les he encomendado a Dios, después de haberles perdonado y amado con todo mi corazón".
 En 1857 la reina Isabel II lo elige como su confesor y  Claret se ve obligado a trasladarse a Madrid. A raíz de la revolución de septiembre de 1868, parte con la reina hacia el exilio. En París mantiene su servicio a la reina y al príncipe de Asturias, funda las Conferencias de la Sagrada Familia y se prodiga en múltiples actividades apostólicas. También va a Roma para participar en la celebración del Concilio Vaticano I.
 Al concluir las sesiones conciliares, con la salud muy quebrantada, se refugia primero en la comunidad que sus misioneros tienen en Prada (Conflent) y después en el monasterio cisterciense de Fontfroide, donde a los 63 años, rodeado del afecto de los monjes y de algunos de sus misioneros, fallece el 24 de octubre de 1870.
 El que entre nosotros conocemos como el padre Claret es un modelo de misionero en todos los contextos sociales. Evangeliza desde las posibilidades que hay a su alcance. Se propone encarnar la vida profética de Jesús, lo que él llama "vivir a la manera apostólica": ir siempre a pie de pueblo en pueblo, acercarse a la gente humilde y sencilla, ejercer gratuitamente el ministerio, vivir de limosna y en total pobreza. No tiene nunca casa propia; en las comidas es de una austeridad llamativa. Sus grandes aspiraciones son "morir en un hospital como pobre o en un cadalso como mártir". Y muere en el destierro, expoliado incluso de su fama. Todo cuanto ahorraba lo dedicaba para ayudar a los pobres, a la difusión de la buena prensa y a las necesidades de la Iglesia.
 Hablaremos algo más, Dios mediante, de este gran misionero de nuestra tierra en los próximos artículos.

+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
 

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa