El fenómeno migratorio se tiene que entender desde de un contexto internacional de globalización, en el marco de un liberalismo incontrolado que provoca cada vez más diferencia entre países pobres y ricos. Los primeros disponen de capitales y tecnología para controlar y disfrutar de los recursos del planeta, mientras que los segundos no tienen posibilidades de acceso a los recursos necesarios para un desarrollo humano adecuado e incluso para poder subsistir (cf. Juan Pablo II, Jornada Mundial del Inmigrante 2000). La concentración de la riqueza y de los medios de producción en el Norte crea enormes expectativas de una vida mejor en el Sur y provoca los movimientos migratorios. A todo eso hemos de añadir la necesidad de mano de obra barata del mercado laboral en los países ricos, sobre todo a causa de la baja natalidad.
Hay que evitar tres actitudes:
-Pensar que se trata de un fenómeno meramente coyuntural y no estructural. Un fenómeno que no tendrá mucha duración, que se puede regular fácilmente controlando más las fronteras.
-Pensar que no se puede poner en absoluto ningún tipo de barreras a la inmigración. "Que venga quien quiera". Tampoco se debe olvidar que se podría producir un desbordamiento que supere la capacidad de recepción de la sociedad que acoge y, por consiguiente, que amenace la convivencia y lleve a la fractura social.
- El miedo a perder la identidad por parte de los autóctonos. Para superar este miedo se hacen necesarias políticas de convivencia e integración.
¿Qué respuestas podemos dar los cristianos ante estos nuevos retos? La presencia de inmigrantes representa un reto para nuestras comunidades eclesiales. Se trata de un fenómeno que tendría que dinamizar, que revitalizar las comunidades por el ejercicio de la caridad cristiana a través de la acogida, el diálogo, la oración común, la ayuda material, la ayuda en la búsqueda de trabajo, de vivienda, de reconocimiento de sus derechos…; de un amplio abanico de expresiones y concreciones de amor cristiano que encuentra correspondencia en el capítulo 13 de la Primera carta de san Pablo a los cristianos de Corinto.
En la carta anterior ya recordábamos el capítulo 25 de san Mateo, que nos ofrece la motivación cristológica de la manera más clara, contundente y personalizada: "Era forastero, y me acogisteis… Todo lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis." Este es el texto bíblico más al que más se recurre cuando se habla de inmigración. Un texto para meditar asiduamente.
Acostumbrados a una casi absoluta homogeneidad social, cultural y religiosa, el fenómeno migratorio actual puede crear una especie de desconcierto y de repliegue en el ámbito personal y también comunitario, debidos sobre todo al desconocimiento del otro y de los otros. Este reto de la inmigración puede ser y tendría que ser una ocasión de crecimiento. Se abren diferentes posibilidades que podríamos recoger en diferentes perspectivas de diálogo que trataremos en la siguiente carta: el diálogo de los hechos, de la solidaridad, de la acogida y el diálogo intercultural e interreligioso.
+ Josep Àngel Saiz Meneses, Obispo de Terrassa
Hay que evitar tres actitudes:
-Pensar que se trata de un fenómeno meramente coyuntural y no estructural. Un fenómeno que no tendrá mucha duración, que se puede regular fácilmente controlando más las fronteras.
-Pensar que no se puede poner en absoluto ningún tipo de barreras a la inmigración. "Que venga quien quiera". Tampoco se debe olvidar que se podría producir un desbordamiento que supere la capacidad de recepción de la sociedad que acoge y, por consiguiente, que amenace la convivencia y lleve a la fractura social.
- El miedo a perder la identidad por parte de los autóctonos. Para superar este miedo se hacen necesarias políticas de convivencia e integración.
¿Qué respuestas podemos dar los cristianos ante estos nuevos retos? La presencia de inmigrantes representa un reto para nuestras comunidades eclesiales. Se trata de un fenómeno que tendría que dinamizar, que revitalizar las comunidades por el ejercicio de la caridad cristiana a través de la acogida, el diálogo, la oración común, la ayuda material, la ayuda en la búsqueda de trabajo, de vivienda, de reconocimiento de sus derechos…; de un amplio abanico de expresiones y concreciones de amor cristiano que encuentra correspondencia en el capítulo 13 de la Primera carta de san Pablo a los cristianos de Corinto.
En la carta anterior ya recordábamos el capítulo 25 de san Mateo, que nos ofrece la motivación cristológica de la manera más clara, contundente y personalizada: "Era forastero, y me acogisteis… Todo lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis." Este es el texto bíblico más al que más se recurre cuando se habla de inmigración. Un texto para meditar asiduamente.
Acostumbrados a una casi absoluta homogeneidad social, cultural y religiosa, el fenómeno migratorio actual puede crear una especie de desconcierto y de repliegue en el ámbito personal y también comunitario, debidos sobre todo al desconocimiento del otro y de los otros. Este reto de la inmigración puede ser y tendría que ser una ocasión de crecimiento. Se abren diferentes posibilidades que podríamos recoger en diferentes perspectivas de diálogo que trataremos en la siguiente carta: el diálogo de los hechos, de la solidaridad, de la acogida y el diálogo intercultural e interreligioso.
+ Josep Àngel Saiz Meneses, Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa